En octubre de 2014 reuní esfuerzos con varixs colegas para presentar una propuesta de panel a la Décima Conferencia de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos, que organiza Instituto de Investigaciones Cubanas (CRI, por sus siglas en inglés) de la Universidad Internacional de la Florida. En noviembre recibí esta cartica:
Estimada Yasmín Portales Machado:Me complace informarle que hemos aceptado su propuesta para participar en la Décima Conferencia de Estudios Cubanos y Cubanoamericanos, que tendrá lugar en nuestro recinto universitario del 26 al 28 de febrero de 2015. Este evento contará con la presencia de más de 250 académicos de diversas universidades en Estados Unidos y otros países como México, Puerto Rico, Alemania y Polonia. La conferencia es interdisciplinaria y se presentan trabajos de temas muy variados sobre Cuba y su diáspora. Se trata de un evento académico sin fines de lucro.El comité de selección ha aprobado su ponencia titulada "Negar entrada de un nuevo componente a la cultura nacional ¿es racismo? Una pregunta para mirar a la comunidad otaku de Cuba".
Había más, y las aventuras que me permitirán volar a Miami este fin de semana dan para varios capítulos de folletín, pero no puedo contarlas aún. Les dejo solo el resumen de la ponencia que presentaré.
"Negar entrada de un nuevo componente a la cultura nacional ¿es racismo? Un pregunta para mirar a la comunidad otaku de Cuba"
Autora: Yasmín S. Portales Machado (Grupo de Trabajo Anticapitalismos y Sociabilidades Emergentes del CLACSO)
Resumen:
La metáfora de Fernando Ortiz de la cultura cubana como un ajiaco se repite desde hace casi un siglo. Al apropiarse de la idea e impedir acercamientos críticos a la misma, la cultura dominante cubana pudo invisibilizar la desigualdad real entre lo elementos constitutivos de la nacionalidad.
Desde fines del siglo XX, el uso dogmático del concepto es frecuente en espacios académicos y/o mediáticos para minimizar los aportes contemporáneos de diversas culturas a la cubanía, alegando su distancia respecto a la "tradición". Esta retórica es familiar para quienes están cerca de los debates sobre la ciencia ficción, el rock, el hiphop, el reguetón o el legado soviético. En la última década, una nueva comunidad "ajena a la cultura nacional" se hizo visible: la otaku.
La comunidad otaku de Cuba agrupa mayormente a menores de cuarenta años, cuya sensibilidad fue influida, desde la década de 1980, con la abundante programación de animados japoneses en el circuito nacional de cines del ICAIC. En el siglo XXI, el mayor acceso a artefactos electrónicos permitió que el intercambio de archivos digitales sin fines de lucro se normalizara. Ello dio paso al surgimiento de redes de intercambio y amplió el conocimiento del cine de animación (anime) y la historieta (manga) entre la nueva generación (menores de veinticinco años). La popularización del manga y el anime generaron el acercamiento a su cultura de origen. Así que, para quienes saben la diferencia entre muñequitos y anime, el idioma, moda, música historia de Japón son cada vez más conocidos. Mientras esta transculturación florece, nuestros estudios sociales ignoran el fenómeno, y las políticas para la juventud lo engloban en el pánico frente a las "tribus urbanas".
La academia, metodológicamente rehén de una lógica patriarcal y eurocéntrica, repite una y otra vez que Cuba es española, africana y un poquito china, no es judía, no es norteamericana, no es soviética, no puede ser japonesa. Esta negación del carácter dialéctico de la cultura nacional, capaz de una asimilación constante de influencias diversas, impide la ampliación de los campos de estudio de las ciencias sociales. En su lugar para fingir que se han comprendido los aportes críticos a las ciencias sociales de la Escuela de Francfort para acá, se construyen discursos que piensan a la cultura cubana como un proceso dinámico hacia el interior, pero con un núcleo duro fijo, ya impermeable a influencias externas.
Entiendo el empeño en negar la posibilidad de que se incorporen nuevos elementos constituyentes a la identidad nacional como un acto de xenofobia. Es un pensamiento xenofóbico en tanto establece jerarquías entre los diversos grupos que comparten el espacio nacional a partir de criterios de pertenencia vs otredad, donde los valores y modos de expresión de identidades recién llegadas no son "realmente" cubanos, sino modas extranjeras que "atentan" contra la cultura nacional. Especialmente todo lo pop, queda automáticamente "por debajo" de la "verdadera cultura". En el caso específico de la comunidad otaku, es fácil reconocer cómo las lógicas del racismo sobre la incapacidad para la ciudadanía de quienes no pertenecen a la cultura occidental son rápidamente recicladas: se argumenta infantilismo psicológico, culto a la violencia, ignorancia del canon occidental y un sistema de valores ajeno e irreconciliable con las tradiciones nacionales. Observar con cuidado la resistencia a reconocer a la comunidad otaku como parte de la cultura cubana puede ayudar a delinear las los mecanismos de pensamiento conservadores que impiden el reconocimiento e incorporación a la identidad cubana de otros fenómenos culturales desde el rock hasta la comunidad en la diáspora en nombre de la pureza de una cultura que se dice mestiza.