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Vivir en Cuba y ser Queer ha sido elección. Mi vida es un fino equilibrio entre el ejercicio de la maternidad, el feminismo y el marxismo crítico.

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lunes, 20 de octubre de 2014

En busca de Estraven 3 (resumido)

Este texto es un ejercicio de epistemología feminista en la ciencia ficción cubana: se aplica la “hermenéutica de la sospecha” para llamar la atención sobre las lógicas de la subordinación entre géneros y orientaciones sexuales en el cuerpo textual de la ciencia ficción cubana, poco abordado por la crítica literaria nacional o extranjera.

El análisis cubre catorce textos publicados en Cuba, por siete personas que entraron al campo literario después de la Caída del Muro de Berlín –lo que equivale a estar dentro del Siglo XXI histórico, de acuerdo con Hobsbawm (1998). Los textos fueron escritos entre 1991 y 2012. El análisis no será cronológico, sino temático: La producción de estas siete personas –que considero imprescindibles en la CFC del periodo– es agrupada, de acuerdo al modo en que se alinean con diversos modelos de sexualidad, como patriarcales, feministas y queers.

Los autores y títulos son: Vladimir Hernández Pacín, Hipernova; Elaine Vilar Madruga, Al Límite de Los Olivos, Promesas  de La Tierra Rota y Salomé; Sigrid Victoria Dueñas, Ciudad En Red; Anabel Enríquez Piñeiro, Nada Que Declarar; Erick Mota, Bajo presión y Algunos recuerdos que valen la pena; Michel Encinosa Fu, Niños de neón, Dioses de neón y Veredas; Yoss, Pluma de león, Super-extra-grande y Condonautas.

Sigue leyendo en SEMla-Corresponsalía Cuba: Criterios: A propósito de las sexualidades en la ciencia ficción cubana contemporánea

De cuerpos de guardia, internos y prejuicios

Una amiga me comenta que tuvo a su hija adolescente enferma la semana pasada.

“Tu sabes que vivo a tres cuadras del Pediátrico de San Miguel del Padrón,” me cuenta “pero llevar a la niña casi a rastras esa distancia le zumba. El cuerpo de guardia estaba lleno de pacientes, ¡tremenda cola! Si, claro, había estudiantes, pero nadie quiere que le atienda un estudiante. Por eso las cuatro doctoras de guardia no daban abasto.”

Hice una mueca de incomprensión. ¿Por qué alargar la espera de un niño enfermo si tienes médicos internos? Pero me contuve de comentar, la cosa ya pasó y ella no me lo cuenta para pedirme consejo. Sigue con su historia.

“Estuvimos ahí como desde las diez de la mañana hasta la una de la tarde. A pesar de los pedidos de las doctoras, la gente se resistía a ir con los internos, así que ellas forzaron la mano al marcharse del cuerpo de guardia. Imagino que estaban cansadísimas. Yo me lleve a la niña de vuelta para la casa y volví por la noche, cuando por fin me atendió una doctora de verdad. Todo un día para conseguir un reconocimiento y un par de análisis.”

Mi amiga y yo pasamos de tema en tema para ponernos al día, luego entramos al seminario que nos ha reunido y nos despedimos hasta la próxima. Al llegar a casa, el asunto de su larga espera en el pediátrico aún me ronda la cabeza. ¿Tenían razón ella y los otros adultos que se resistieron a que sus niños fueran atendidos por internos? No estoy segura.

De ese hospital pediátrico cercano a la Virgen del Camino, la antigua Quinta La Balear, no tengo recuerdos personales. Aunque me crié en Regla, y ese era el hospital que me correspondía, la última vez que mi madre me llevó tenía un año. ¿La razón?

Llegamos pasada la media noche, yo lloraba sin parar. No tenía heridas, erupciones o fiebre. No había doctores en el Cuerpo de Guardia. La enfermera explicó que estaban en el salón de operaciones y mis padres se sentaron a esperar. Una hora después yo seguía llorando en el salón y mi madre tuvo suficiente.

“¿Dónde está el médico?” exigió a la enfermera.

“Ya le dije que en el salón de operaciones…”

“¿Dónde está el salón? ¿Por allá? Voy a sacar a uno para que atienda a mi hija.”

“Usted no puede…”

Mi madre, se imaginarán, no se detuvo a escuchar argumentos sanitarios. Veinte metros dentro del pasillo, le salió al paso la médico de guardia, restregándose los ojos y con el pelo como erizo: estaba durmiendo. Quedó claro que la muy descarada había dado instrucciones de no ser despertada sino mediaba una emergencia. De ahí en adelante fuimos al pediátrico de Centro Habana.

Han pasado treinta y tres años, el problema de La Balear ya no parece ser la falta de médicos, sino la edad de los mismos. ¿Es la juventud de un médico criterio para negarse a ser atendido?

Cuando nació mi hijo, ya tenía suficientes kilómetros de hospitales recorridos como para juzgar, al menos, los procedimientos médicos básicos. Es así porque viví tres meses en un hospital cuando tenía diez años y después seguí dando tumbos por institutos y consultas, desde gastroenterología hasta oftalmología, desde el Pediátrico “William Soler” hasta el Clínico Quirúrgico “Hermanos Amejeiras”.

Luego, varios compañeros del bachillerato estudiaron medicina, oí sus quejas y amores en cada reunión –no hay recursos, la gente no sigue el tratamiento, esta rotación da asco, tardan mucho para traer a los niños a consulta, metí la pata y por poco se me muere un paciente, etc. Además, mi esposo Rogelio trabajó varios años en el CIREN, lo que añadió una perspectiva clasista al asunto: no te tratan igual allí que en el Calixto García. ¡Seguro!

Entonces, comparo la experiencia referida en La Balear con las mías en el Juan Manuel Márquez, que atiende a Playa, Mariano y La Lisa. En cinco años, acaso me atendieron tres médicos mayores de treinta años en Cuerpo de Guardia.

Hubo noches con el salón lleno de ataques de asma y fiebres. Mañanitas vacías, de esas en que los médicos charlan en la puerta y te conducen personalmente hasta la consulta. Una vez, llegamos al mismo tiempo que un par de ambulancias con niños heridos en un choque de autos.

Aclaro también que todo tipo de gente va al Juan Manuel Márquez: nuevos ricos de Miramar, intelectuales que apenas llegan a fin de mes, emigrantes de los barrios marginales de La Lisa. Se sabe por las ropas, los acentos, el modo en que tratan sus teléfonos celulares –como un tesoro o un artefacto desechable–, por el transporte en que llegan al hospital.

Allí, mi hijo ha sido auscultado por manos de Estados Unidos, Colombia, Ecuador, Argentina, Uruguay, Camboya y Cuba. Nunca dudé al encontrarme con un interno, ni vi a otros padres expresar reservas al respecto. Acaso porque comienzan, los internos están conscientes de que están lejos de saberlo todo, y esa dosis de modestia es importante cuando se tiene en la mano una vida.

Los internos con quienes he chocado fueron exigentes en la entrevista sobre los antecedentes del paciente y los síntomas que condujeron al hospital, lentos y metódicos en el examen clínico. En varias ocasiones tenían sobre la mesa libretas para consultar las prescripciones y calculadoras electrónicas para ajustar las dosis –y mientras escribo esto, descubro que me gusta esa humildad.

Nunca me dejaron ir sin advertirme “y si no mejora en el lapso indicado, no espere más y regrese al hospital”.

Cuando único escuché de un mal manejo en ese hospital fue por la cocinera de mi trabajo: llevó a su nieta y una doctora –cuarentona– aseguró que no encontraba nada y debía llevarla a casa para “observación”. Gracias a la molesta insistencia de la anciana, accedió a indicar exámenes de orina. Resultó que tenía una infección de riñones asintomática.

No quiero decir con esto que el Juan Manuel Márquez sea mejor que La Balear –todas las instituciones tienen esqueletos en el armario–, sino que dudo que el eslabón más débil del mecanismo de atención en los Cuerpos de Guardia sea la proporción entre residentes y doctores.

Comento el asunto con mi madre, que –ya se habrán dado cuenta– es muy exigente en cuanto a cómo se comportan los médicos. Además, su edad y aventuras le hicieron ver el florecimiento y deterioro del sistema de salud cubano. Empezó a recorrer consultas en la década de 1960, por las cataratas de su hermana menor.

“Nunca juzgué a un médico por su edad. Cualquiera sabe que para aprender a curar hay que empezar de joven. No me importa si alguien es hombre, mujer, negro, blanco, joven viejo, amanerado o con pantalón a la cadera. Yo me fijo en que sea cuidadoso en el examen, convincente en el lenguaje para dirigirse a mí y explicar su diagnóstico. Esos son los elementos que me permitirán tener confianza o pedir otra opinión.”

“Claro, siempre que llevas a un hijo al médico te pones nerviosa. Pones en riesgo lo más querido, y tienes que confiar en alguien extraño sobre cosas que no puedes juzgar. Por eso es tan importante el protocolo, la ética. Va y eso es lo que pasa en La Balear. Algo ha pasado ahí para que tanta gente se resista a los internos.”

“Pero si hubiera sido yo no espero tanto y me voy a otro hospital. Desde la Virgen se puede ir al Pediátrico del Cerro, al de Centro Habana o al Vedado, para que te vean en el Marfán o el Borrás.”

Mi esposo es de opinión similar, aunque su adjetivo de elección fue “irracional”. “Es irracional hacer sufrir a un niño en la sala de espera cuando hay facultativos.”

Bueno, los prejuicios nunca han sido muy racionales.

Publicado primero en Havana Times: http://www.havanatimes.org/sp/?p=100028

lunes, 6 de octubre de 2014

Una historia de libros de cocina

Para Nitza Villapol Andiarena, por supuesto

 

En la novela de ciencia ficción rusa Copia en limpio, la peripecia nos lleva a una versión futura de la Tierra donde la humanidad ha sido arrasada por el holocausto nuclear. Los pocos miles de sobrevivientes están en una isla y hablar de tiempo “de antes” es tabú. Sin embargo, algunas personas quieren saber: los intelectuales descifran textos de lenguas muertas, los marinos exploran las zonas abandonadas en busca de artefactos.

 

Kiril, el protagonista, descubre asombrado que, de la basta literatura rusa, “no se conservaron ni las obras de Pushkin, ni las de Tolstoi, ni siquiera una selección de artículos de Lenin o un manual de física, sino ¡un libro de cocina!” A la sorpresa pronto se impone la lógica: las colecciones de recetas se imprimen en papel resistente y, al guardarse en la cocina, tienen mayores posibilidades de sobrevivir al vandalismo que suelen sufrir los templos del conocimiento –bibliotecas, archivos, museos– cuando muere una cultura.

 

Semejante ejemplo de lo que perdura me hizo pensar en mi propia colección de libros de cocina y cuánto dicen de quienes somos, fuimos o queremos ser, como individuos y como sociedad.

 

 

Al hablar de libros de cocina en Cuba se piensa, automáticamente, en Cocina al Minuto. El libro de Nitza Villapol es referencia ineludible de la culinaria nacional y best-seller seguro, razón por la cual se edita en Cuba y Estados Unidos todavía hoy. Nacido de las investigaciones relativas al programa de TV que protagonizaba, no hay un Cocina al Minuto, sino varios. La primera edición fue en 1958, la última revisada por ella data de 1990.

 

Cocina al minuto, el programa de televisión, se trasmitió por 44 años ininterrumpidos, desde 1951 hasta 1997. Siempre con Margot Bacallao como ayudante, desde el mismo estudio de Mazón y San Miguel (La Habana) y por la misma emisora –que se llamó sucesivamente Unión Radio TV, Televisión Nacional, Canal 4, CMBF TV y Canal 6. Dice Ciro Bianchi que, “en su tiempo solo lo superaba en antigüedad Meet the Press”. Pero en años como conductora Nitza no tuvo rivales: nadie permaneció durante 44 años al frente de un programa. Su contendiente más cercano sería el periodista Lawrence E. Spivak, anfitrión de Meet the Press por 27 años para la NBC.

 

Aunque han pasado casi veinte años desde que el programa salió del aire, ninguna otra iniciativa culinaria ha cuajado en la TV nacional. Pero siempre hay en parrilla alguna oferta, desde el ofensivo “Cocina China” –recetas con carne de venado, langosta o cangrejo rojo de río, fácil fácil– hasta el divertido “Puedo cocinar” –de BBC Cbeebies, Katy Ashworth enseña a nenes de 7-8 años cómo preparar platos sencillos.

 

Poseo dos ediciones de Cocina al minuto (1980 y 1981), heredadas de mi madre. De ella aprendí su importancia para quienes no tenemos talento culinario, ni tiempo de pulir nuestras escasas habilidades. Seguí comprando libros ya adulta. Heredé otros de mi cuñada –algunos, legados de su abuela. El caso es que, al mirar el librero para ordenar las ideas y escribir esta columna, descubro ¡33 libros de cocina! Se pueden agrupar en: ocho genéricos, diez promocionales, nueve temáticos y seis antropológicos.

 

 

Genéricos: Este es el más usual, una selección de recetas de todo tipo, desde salsas hasta postres. De acuerdo al estilo definido por Eliza Acton en Modern Cookery for Private Families (1845), las recetas incluyen una lista de ingredientes, el método de cocción y variaciones posibles. La marca de su autor está en los comentarios, que pueden resumirse en el prólogo o aparecer a lo largo del volumen. Cocina al minuto sigue ese modelo.

 

Aquí hay un tesoro: un Boston Cooking-School Cook Book de Fannie Merritt Farmer de 1925. Editado por primera vez en 1896, es de los más famosos libros de cocina estadounidense. Aunque en su momento Little, Brown & Company no confiaba en que el libro tuviera salida, todavía sigue en circulación.

 

Promocionales: Variedad en peligro de extinción, pues se relaciona con la entrada al mercado de nuevos productos para la cocina. Las compañías incluían recetas en los manuales de usuario, así “demostraban” la utilidad de sus artefactos. Tengo dos folletos de ollas de presión Presto, otro de la licuadora Kenmore, y dos de refrigeradores, un General Electric y un Servel.

 

Método similar usaron las empresas de alimentos y aditivos: tengo instrucciones para cocinar los camarones cubanos Caribean Queen –en inglés y español–, sobre cómo mezclar Vegetales en Conserva Libby´s, un folleto de Salsa Aromática Angostura y dos de polvos de hornear Royal. Cosa curiosa, uno de los de Royal es Nuevos y apetitosos usos del plátano y algunas recetas de piña, pero a pie de página aclara que se refieren al “guineo”, “banano” o “johnson” y no al “plátano para cocinar”. ¿Cuál es la variedad “para cocinar”?

 

Supongo que el microondas regresó este tipo de materiales por un tiempo, pero hasta que no aparezca otro invento radicalmente nuevo para cocinar, seguirán como piezas de museo.

 

 

Temáticos: que reúnen recetas de un solo tipo de alimento. Para promover un hábito dietético, son ideales. Los prólogos se detienen en el beneficioso impacto para la salud y la tradicional o novedosa costumbre de consumir lo que sea. De ese tipo tengo Vegetales en Casa, de Ediciones Opina –¿se acuerdan de Opina? 150 recetas con huevos, aunque jamón, queso y champiñones se roban el protagonismo a la mitad. Tres colecciones de postres y dos de pescados –yo no compré esos, lo juro. Por último dos recetarios de cerdo y pollo –me encantan.

 

Creo que me gustan porque eliminan el trabajo de buscar en el índice. Cuando sabes qué vas a cocinar, pero no cómo, el libro temático es lo tuyo.

 

 

Antropológicos: He tropezado con ellos hace poco, aunque los libros de cocina con recetas típicas de una cultura o región –“étnicos” les llama la wikipedia– existen casi desde que se inventó la cocina profesional. Les digo así porque la conexión entre las recetas está en su origen geográfico o cultural.

 

El más viejo de este tipo en casa es The Talisman. Italian Cook Book de Ada Boni, edición neoyorquina de 1958. El más reciente Cocina permacultural de Miriam Cabrera Viltre (Observatorio Crítico, 2014), que no pretende ser un recetario –advierte en su nota de contraportada–, sino promover una cocina más sana e intuitiva. En ese grupo también está A la cubana. Recetas de la cocina tradicional, donde la curadora de arte Janet Ortiz Vian rinde homenaje a su madre, a Santiago de Cuba, su ciudad, y a la región oriental de Cuba, con su gran cruce de culturas. La editorial Arte y Literatura se abrió hace poco a esta línea con la colección “¡Qué bien huele! Variadas recetas del mundo entero”, incluye dos títulos: Latinoamérica en la mesa cubana (Silvia María Gómez Fariñas) y Sabores de África y Cuba (Sandra María Hernández Moncada).

 

Por último, otra joya, un folleto editado por la tienda El Encanto en 1961: Exposición anual de mesas para pascuas. Con el lema de “Celebre unas pascuas cubanísimas”, la administración de la gran tienda contrató a las cocineras estrellas del momento en Cuba, Ana Dolores Gómez y Nitza Villapol, para que elaborasen y expusieran seis menús “nacionales” para Pascua, Nochebuena, Navidad, Fin de Año y Día de Reyes. El material promocional incluye 8 recetas de los 34 platos expuestos. Si querías saber cómo hacer las otras delicias ¡a comprar! De Ana Dolores Gómez estaba a la venta un disco de larga duración llamado Mis platos favoritos, valía 4.95. De Nitza Villapol ya salía la quinta edición de Cocina al minuto, a 5 pesos.

 

 

No crean, después de este relato, que en mi casa se come cada día una cosa diferente y exótica. Yo no cocino, lo hacen mi suegra y mi madre por turno. Conservadoras las dos –por economía y vocación–, no quieren ni echarle pimienta a las comidas a cambio de disminuir la sal. Así que lo que gano en tiempo para otras tareas, lo pago con el paladar más aburrido del planeta.

 

Suspiro a veces, y recuerdo cuando Rogelio y yo vivíamos solos. Jóvenes e inventivos, buscábamos la receta que mejor se ajustara a nuestro humor y recursos: yo era buena para recordar nombres, medir y cortar ingredientes. Rogelio mezclaba luego los sazones y… ¡delicias sensuales!

 

Ahora, apenas logro que se haga algo árabe el día de mi cumpleaños y eso a regañadientes. Nada que en casa de coleccionista de recetas… arroz con frijoles y picadillo.

 

Publicado primero en Havana Times: http://www.havanatimes.org/sp/?p=99730