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Zafiro, su caballo Ópalo y el duende Cachito |
¿Qué cómo me dio por Zafiro? No se si te he contado, pero me he vuelto aficionada a leer la Wikipedia en esta historia de editar el Pensar a Contracorriente VII. Tu sabes, entras por “Lázaro Cárdenas” para saber cuándo dictó la Ley de Neutralidad de México y saltas de rancheras a boleros, de boleros a Luis Miguel, de Luis Miguel a artistas LGBT, de artistas LGBT a cultura LGBT, pinchas el link de cómic y animación y… de ahí al anime y el manga sobre transexualidad y transgéneros hay poco, muy poco. Y de repente una entrada en una lista me confirma otra vez lo que se sabe tiempo ha: los censores de la TV cubana están perdidos. En los ochenta pasaron la serie de una princesa que se vestía como un príncipe y deseaba serlo, como mismo hoy ponen Bob Esponja en horario estelar infantil –y qué clase y cantidad de plumas suelta esa esponja, por tu madre. Digo yo que acaso pensaron de Zafiro: “Como al final se empata con el Príncipe Franz de Valle Dorado, es correcto. Total, es una serie para niños”.
¡Ejem! No especulemos sobre el trabajo de nuestros censores. Debemos darles las gracias por Zafiro, Cachito, Duraluminio, Nylon, el doctor Uranio y una larga lista de etcéteras.
Regresemos a la Wiki: Zafiro y su drama son fruto de la mente de Osamu Tezuka, un japonés padre de medio centenar de personajes y venerado por todo mangaku del mundo, o algo así. La fábula se llama en el original Ribon no Kishi y nació como historieta (manga) en la revista Shōjo Club en enero de 1953, dejó de publicarse en enero de 1956. Reaparece en la publicación Nakayoshi entre enero y junio de 1958. Casi diez años después –del 2 de abril de 1967 al 7 de abril de 1968– Fuji TV transmite la versión animada (manga) de 52 capítulos cuyos fragmentos conocemos en Cuba, en el proceso tiran la casa por la ventana, porque La princesa caballero es una de las primeras series de TV a color del Japón. La más reciente “aparición” del personaje fue en 1994, cuando el estudio Media Vision contrató a Masayoshi Nishida para hacer un largo metraje.
Recuerdo que de pequeña las aventuras de Zafiro me consolaban, me daban una referencia acerca de la posibilidad de ser independiente, ágil, aventurera, ¡hasta participar en competencias de esgrima!, sin dejar de ser niña. Y al final me casaría con el príncipe Franz en una boda llena de cisnes donde ambos llevaríamos espada al cinto y amplios sombreros blancos mientras Plástico –¿te acuerdas del hijo bobo del Duque Daraluminio?– regaba flores y comía fresas. Sería maravilloso…
Quiero revivir esa maravilla ahora que ya soy mayorcita así que ¡tráeme la serie! Corto y fuera.