De la CF cubana en el siglo XX y sus infelices especulaciones sobre el género (sexual)
Para
"... Luego insisto", en Cubaliteraria
Sin embargo
junto a este tipo de CF subsiste otra muy conservadora,
en ocasiones incluso reaccionaria
y desde luego, patriarcal.
Lola Robles
La primera parte de estas reflexiones terminaba yo con una pregunta: ¿Cómo es que la CF de esta isla permaneció ajena a los cambios de roles sexuales, si nacía con una Revolución que hizo realidad la agenda básica soñada del feminismo latinoamericano?
La respuesta es historiográfica, repito, pero no tan sencilla como “el machismo es parte de la nacionalidad”, por eso mi venganza –¿recuerdan quienes me leen que esto es una venganza?– se extenderá un poco, para explorar tres líneas argumentales: 1) el conservadurismo sexual en la CF cubana del siglo XX, 2) la defensa de tales presupuestos patriarcales en la ensayística que intenta su exégesis y 3) el cambio de paradigma hacia un enfoque emancipador de la sexualidad en las producciones narrativas del siglo XXI. Hoy nos encargaremos de la primera línea argumental.
Antes de entrar al análisis de la CF cubana del siglo XX, aclaro que no me refiero a un periodo de cien años, sino que suscribo el modelo geopolítico del británico Eric Howsbawm, que define los siglos por coyunturas históricas, dejando al XX con setenta y cuatro años: de 1917 a 1991. Esta última fecha se refiere al derrumbe del socialismo europeo y la desaparición de la Unión Soviética. La tesis puede ser aceptada o no, pero su solo alumbramiento da una idea clara de la magnitud del impacto del colapso euro-oriental.
Me parece que esta visión encaja a la perfección para Cuba, estrechamente ligada en el siglo XX –el cronológico y el histórico– a las tensiones políticas entre los cercanos Estados Unidos de América y la poderosa URSS. La caída del Muro del Berlín y posterior desmerengamiento del Campo Socialista –el neologismo es de Fidel Castro–, significó en verdad una ruptura socioeconómica, política e ideológica mucho más significativa que la conmemoración cronológica del segundo milenio de que el Hijo se hiciera carne para redimirnos y etcétera.
De las influencias de la CF cubana
Hay consenso establecido respecto a los dos grandes referentes que influyeron a la CF de Cuba en el siglo XX: en la primera mitad las revistas pulp de los Estados Unidos, a partir de la década del sesenta la CF del campo socialista –especialmente de la URSS. Para comprender las lógicas de los roles sexuales en nuestro objeto de estudio, debemos detenernos un poco en los modelos sexuales de estos movimientos literarios.
Respecto al papel de la mujer en la Edad de Oro de la CF norteamericana, ya hablamos
en la primera parte: era generalmente de compañera de los protagonistas masculinos o figura eróticamente perversa. Estas narraciones fueron coherentes con la tradición del género pulp definida entre las décadas veinte y treinta, en los que se defendía un modelo de la masculinidad hegemónica asociada a la violencia, el racismo, el sexismo y la homofobia.
En la CF llegada desde Europa Oriental, mientras, se había superado hacía tiempo la “mala costumbre” de reflejar las contradicciones y problemas de la construcción contemporánea de la nueva sociedad; en cambio, se imaginaba un futuro luminoso donde hombres soviéticos –o de una Tierra sovietizada– llevaban la luz del socialismo a las estrellas (Henríquez 2009, Yoss 2008). Como su homóloga norteamericana –como toda literatura–, la CF socialista reflejó los presupuestos socio-culturales de su realidad política. Los gobiernos de corte estalinista que se sucedieron en Europa Oriental, a partir de la Segunda Guerra Mundial, tenían un férreo control de la producción literaria –del otro lado de la Cortina de Hierro el control lo ejercía el mercado. Por lógico deseo de autoconservación, al poder no le interesaba ser cuestionado desde sus prensas, así que se impuso la expresión argumental de una lógica triunfalista que complicaba bastante la creación de conflictos interpersonales.
Nada de pesimismo social o ecológico, de protagonistas con dudas o problemas existenciales indignos de la moral socialista, ni tampoco de extraterrestres agresivos, por favor… si alguno parece atacar, debe ser por un error o simples problemas de incomunicación (…) ¿Conflictos? Si, si no quedaba más remedio… pero en todo caso entre buenos y mejores, entre los científicos teóricos y los prácticos (…) o cuando más entre el humano y las Inteligencias Artificiales que ha creado (…) Pero al final, los mejores DEBÍAN triunfar sobre los buenos, los malos resultaban castigados, y todos de nuevo en paz y armonía. O más o menos… (Yoss 2008:66)
Se imaginarán que en este ambiente era difícil cuestionar la naturaleza de la sexualidad. Las relaciones entre los hombres y las mujeres de estos relatos son, por lo mismo, profundamente conservadoras, en lo que respecta a las relaciones de poder –los hombres son jefes o creadores, las mujeres investigadoras talentosas y/o asistentas–, el cortejo y el ordenamiento de las parejas –todos sabían que el divorcio y la homosexualidad eran problemas burgueses– o la vida sexual que en la mayor parte de los casos no existe, pues el tiempo se ocupa en la investigación y la lucha contra los rezagos del capitalismo, a menos que vivas el drama de ser Dios y te enamores de una mujer del medioevo.
En términos de referencias desde el exterior, entonces, Cuba salta del misógino pulp de la Guerra Fría al aséptico y asexual futuro luminoso del socialismo mundial. El giro temático de la CF occidental de los años 60, donde impacta fuertemente la crítica social articulada desde el feminismo, llegará de modo muy escaso, pues las editoriales cubanas no dan espacio a tales títulos y lo que se importa viene de un ambiente político donde el cuestionamiento del patriarcado es visto con malos ojos.
Para exponer el resultado de esas influencias en Cuba, voy a tomar a varios autores de lo que podríamos llamar el canon nacional: Miguel Collazo (1936-1999), Arnaldo Correa (1936), Agustín de Rojas (1949), F. Mond (1949), Bruno Henríquez (1947) y Julián Pérez (1950). Estos hombres pertenecen a momentos distintos de la CF cubana: Collazo y Correa son de la etapa pionera (1969-1979), los otros cuatro de la década del ochenta, caracterizada por el apoyo al género de los premios David y Juventud Técnica y el florecimiento de los talleres literarios (Román 2005, Yoss 2008).
Para que nadie diga que me saco los ejemplos de debajo de la falda, los relatos cortos cuentan con el aval del ubicuo Yoss, quien los incluyó en la antología
Crónicas del mañana. 50 años de cuentos cubanos de ciencia ficción, y las citas textuales se referirán a esta edición. La elección de las dos novelas si es entera responsabilidad mía. En todos los casos se refieren los datos de la primera edición, pues el orden cronológico me parece importante para la comprensión de cómo evoluciona el tema. En estas narraciones hay mucho del asombroso conservadurismo sexual de la CF cubana del siglo XX, al mismo tiempo que asoman, tímidos, los cambios que impuso en la vida de Cuba la revolución de 1959.
Pasemos a los análisis:
1966 ¿A las saturnianas les gustan los tipos duros?
“El orate andrajoso” es un fragmento de
El libro fantástico de Oaj, de Miguel Collazo. Yoss lo incorporó a la antología
Crónicas del mañana (pp 24-33) para no dejar fuera a este decano de la CF cubana. Como narración funciona bien, ya que las características de los personajes y sus tensiones están resueltas con brevedad y eficacia. Como en un buen cuento, además, nos quedamos con la sensación de que hay mucho –todo un iceberg– debajo de las breves pinceladas con que se resume la historia.
En una perspectiva de género, “El orate andrajoso” expresa un modo de pensar a las mujeres que pasa de ellas mismas: el personaje que genera el conflicto, la antropóloga saturniana Yarno ó, es constantemente referida por los varones que protagonizan la trama. El conflicto se construye a partir de la perspectiva contrapuesta entre Orlandito, guapo y semianalfabeto, y Orate, culto y viejo.
Orlandito, desde una masculinidad hegemónica que valora la promiscuidad, defiende su derecho al romance con Yarno o recalcando su carácter femenino, de objeto sexual: “¡Bueno, caballeros!, ¿qué es lo que pasa? ¿Es una jeba, no? Qué importa que sea roja o que sea verde o que sea amarilla. Yo las he tenido de todos los colores y formas.” (p. 30)
El Orate se le enfrenta porque no concibe la posibilidad de que una mujer culta vea algún atractivo en un delincuente común: “¿Su mujer? (…) ¡Son seres superiores! ¿Y usted dice que ella… que ella y usted…? ¡No! (…) Eso es una infame calumnia. Una criatura sublime no puede… ¡No!” (p. 32)
Pero leamos con atención. Ni Orlandito ni el Orate se refieren a las opiniones de Yarno ó, a sus intereses. Ambos asumen a la extraterrestre como proyección de sus imaginarios de la mujer. Orlandito ve en ella la encarnación del eterno femenino, que en este caso trasciende los planetas. El Orate imagina cierta espiritualidad consustancial a una cultura tecnológicamente superior que tiene que haber superado su fascinación sensual por los donjuanes como Orlando.
La resolución del conflicto llega con la aparición física de Yarno ó, la cual rompe con los esquemas de uno y otro hombre. Escapa del guión mental de Orlando porque no es dócil ni obediente. Pero, al mismo tiempo, se defiende del intento de golpe de su efímero marido, rompe con lo imaginado por el Orate: Yarno ó responde a la violencia con violencia, de modo nada sublime –a menos que consideremos los recursos telequinéticos que despliega.
En este relato están entonces, en embrión, dos de los problemas para el abordaje de los conflictos de género en la CF: la dificultad para valorar los intereses de seres de otros mundos y construir relaciones interpersonales y los violentos malentendidos que puede generar otra construcción de los roles de género.
1969. Si ellas no paren, es que la tecnología fue demasiado lejos
Aparecido en la antología
Cuentos de ciencia ficción que organizara Oscar Hurtado, este relato de Arnaldo Correa es calificado por Yoss como “traviesa fábula futurista”. La inclusión de “Retroceso” en
Crónicas del mañana (pp 56-63) es feliz para mis fines investigativos, ya que de nuevo unas pocas cuartillas, rebelan abundantes detalles sobre heteronormatividad y patriarcalismo incorporados a fondo.
El grueso del relato transcurre en el mismo tiempo y lugar: la MCXIV sesión de la Asamblea de Gobierno Universal. Allí tres delegados debaten y someten a votación la nueva línea de desarrollo de la especie humana. El conflicto que deben resolver las treinta mil millones de almas reunidas en asamblea –merced de la transmisión de datos en tiempo real–, se refiere a los elementos tecnológicos recientemente incorporados que ponen en solfa la naturaleza de la especie humana. La situación no podría ser más divertida para Donna Haraway, pero de eso hablaremos luego.
Primero deseo llamar la atención sobre el modo en que Correa describe la sesión, los asambleístas y el estilo de vida de la sociedad. Sírvanme las palabras del mismo autor: "Mientras no se iniciaba la sesión los espectadores enfocaban el selector sobre algún delegado o delegada y, de esa forma, podían hasta oír sus conversaciones. Las mujeres prestaban especial atención al vestuario de las delegadas." [...] Su cabeza [la de Plinio] tenía un brillo mate, señal de varonil descuido." p. 57
La descripción de los intereses específicos de cada sexo, no puede ser más elocuente: las mujeres; aún cuando tienen representación en el gobierno, en realidad solo se fijan en la ropa de sus pares. Para los hombres, las pautas de la masculinidad siguen criterios que valoran la resistencia al arreglo personal. En fin, la especie se extendió por cuatro planetas y nueve satélites para no cambiar nada.
Los protagonistas del relato son tres hombres que por turno exponen, rebaten y defienden la propuesta del “desarrollo en retroceso” para conjurar un destino definitivamente dependiente de las máquinas. El proponente es Plinio Catón, de formidable elocuencia y polémicas opiniones (p. 57), la discusión corre por Xestronio Xestor, filósofo creador de algunas de las ecuaciones fundamentales de la filosofía moderna (p. 58) y la defensa de la moción la concede Plinio a Saturnio Palladio, gran macrobiólogo, joven y de elegante prestancia (p. 60).
Para Plinio Catón y su facción “Hemos llegado a una terrible alternativa”: seguir avanzando hacia la dependencia de la tecnología o regresar a potenciar los atributos físicos de la especie: el “desarrollo en retroceso” (p. 57-58). En un discurso de varias horas, el político enumera las comodidades de la modernidad que implican peligrosas dependencias, pero –y es un pero importante– Correa salva el ritmo al resumir esta argumentación mediante la elipsis. Solo tenemos dos argumentos de los muchos expuestos por Plinio: la atrofia muscular en las extremidades por falta de uso (23.7 % menos fuertes que 700 años atrás) y la tecnologización de los procesos se reproducción y lactancia.
Aquí es donde la elipsis deja ver lo que Eduardo Heras León llama “la oreja peluda del escritor”: Si Correa resume el discurso de su protagonista con estos dos elementos es porque los considera capitales. Y si dedica apenas tres oraciones al peligro de los cohetes transportadores, pero un largo párrafo las implicaciones bioéticas de una matriz mecánica, entonces está claro qué es lo que horroriza a Plinio, a Saturnio y al autor: el cambio radical en los roles reproductivos… en beneficio de las mujeres.
Las mujeres perdieron todo vestigio de los antiguos senos hace mil años, por atrofia debido a la falta de uso y ahora, con el nuevo invento de la matriz mecánica, es loable pensar que en mil o dos mil quinientos años pierdan la facultad de procrear por si solas. Este horrible aparato del cual hablo, recibe un óvulo femenino que es fecundado por un espermatozoide presexado y seleccionado. Así, el llamado hijo de esta pareja reúne casi todas las características deseadas por los “progenitores”, evitándose además los inconvenientes de la gestación y el parto. (p. 58)
En resumen: hemos llegado muy lejos porque las mujeres ya no tienen tetas y pronto (dentro de dos mil años) no podrán embarazarse. Todo un escándalo. De ahí en adelante la lógica patriarcal del autor se expresa sin limitaciones:
1) Las mujeres no tienen voz: ya mencioné que los tres personajes son hombres, cuando este asunto de perder la capacidad de gestación interesa –digo yo– de modo especial a la mitad femenina de la humanidad.
2) No tiene sentido cuestionar los roles sexuales a partir de la tecnología: quienes se expresan a favor o en contra de la idea, consideran necesario referir, tampoco, que esta “victoria de la ciencia” tiene implicaciones sociales al liberar a la mitad de la humanidad de una carga que limita sus aportes al desarrollo general de la sociedad.
3) El verdadero objetivo de la humanidad es la preservación de la especie: por lo que no podemos arriesgarnos a experimentos que pongan en peligro la autonomía reproductiva, aunque esos experimentos signifiquen ventajas netas para la mitad de la población.
Por último, Saturnio Palladio –el segundo alter ego del autor– confiesa una fe en el esencialismo biológico que no puede menos que hermanarse a la lógica tecno-patriarcal expuesta por su correligionario Plinio: “vamos intelectual y físicamente a algo que no es el hombre, algo monstruoso y deforme: animal–máquina o máquina–animal, pero no hombre” (p. 62). Al llegar a este punto de la lectura, por supuesto, no pude sino recordar a Donna Haraway, su Manifiesto Cyborg (1985), y la apuesta por un futuro tecnologizado donde las identidades se deslicen merced de cuerpos híbridos entre máquina y organismo. Sobre el impacto de esta idea en la narrativa cubana del siglo XXI, se reflexiona en la parte IV de este ensayo.
En resumen: el destino en retroceso votado por unanimidad porque “una cierta raíz animal” hizo comprender a todos los seres inteligentes del universo (¿?) del peligro que se cernía sobre la especie –por culpa de la matriz mecánica– (p. 62), será muy satisfactorio y divertido para los hombres, pero no es coherente.
1983. Las feministas son extraterrestres
Julián Pérez publicó “Luisa”, en la antología
Juegos planetarios. Cinco años más tarde en su recopilación personal
El elegido. La breve historia (páginas 163 a la 174 en
Crónicas del mañana) deviene excelente especulación acerca de las limitaciones que la cultura impone a la relación entre los amantes, en este caso personas de distintos planetas.
Como bien señala Yoss, el argumento no puede ser más clásico: chico encuentra chica, amor aplastante, chica con secreto terrible. Pero el autor aprovecha las diferencias culturales entre Luisa y Joaquín, para explorar las lógicas patriarcales en las relaciones amorosas. No tengo idea de si el autor estaba familiarizado con los debates del feminismo sobre el concepto del “amor romántico”, y su uso para el control de la sexualidad femenina –la tesis es que andar buscando al príncipe azul hace a la mujer dependiente del otro para su protección, valoración y sentido vital (Reyes Bravo, 2001:12)–, pero sin dudas Julián Pérez podía percibir las tensiones acumuladas entre los hombres y las mujeres que llegaban a la adultez en la década del ochenta en Cuba. El conflicto que generan los nuevos modelos de feminidad que se formulan al calor de la entrada de las mujeres al espacio público, y la resistencia de los hombres, empeñados en mantener sus posiciones de superioridad. Estas diferencias se expresan a través de la metáfora de una mujer que llega del futuro tecnológico y social, “Imagínate reencarnado en el medioevo” (p. 171) y un hombre de estos tiempos, pero capaz de seguir la voz de su sentido de lo justo, no de lo que le enseñaron como verdad (p. 165).
Tras la primera lectura, llama la atención que la mayor parte del relato transcurre en el debate sobre la naturaleza de la relación amorosa y el deber-ser del género femenino. Los argumentos del patriarcado más rancio, el feminismo emancipador y el sexismo solapado se alternan dando profundidad al conflicto que significa para Joaquín amar a Luisa… sin cambiarla. El giro dramático radica en que ella si cambia.
La prosa de Julián Pérez nos conduce, con habilidad, de la felicidad absoluta a la tensión y el miedo y de ahí, a un desenlace previsible –para personas familiarizadas con la CF–, pero no menos eficaz: Luisa no es de este mundo y su amor por Joaquín, por la especie humana, le ha hecho perder la capacidad para permanecer en el planeta. ¿Irónico? Sin dudas, pero la argumentación es sólida.
El autor opta por recordarnos que el amor no cambia solo a la persona más “atrasada”, sino también a la más “adelantada”. Con la ventaja que implica narrar en primera persona, Julián Pérez ha desviado la atención hacia la evolución de Joaquín sin dejar ver que Luisa también cambiaba. Construye así, con igual maestría, el ambiente de asombro y felicidad en la primera parte y el desconcierto agarofóbico de la segunda. Mientras, Luisa permanece como una incógnita, intentar comprenderla es uno de los resortes para la progresión dramática de la historia: "Con plena capacidad de mis facultades mentales, yo hubiera podido resistir el rayo. Pero no tuve en cuenta los instintos: el afán de posesión, los celos, el temor de perder al ser amado… Me hice demasiado humana, perdí parte de mi poder." (p. 172)
Repito que la solución no carece de ironía y confirma la profundidad psicológica del autor. Luisa no puede permanecer en la Tierra porque se ha hecho humana, porque ha involucionado –metafóricamente– y ya no puede controlar la tecnología de su planeta de origen. Leyendo el asunto en clave de teoría de género, su involución no se concreta en hacer concesiones al machismo, sino en una educación sentimental que incorporó el deseo de posesión y control consustanciales al concepto del amor romántico de nuestra cultura.
Nada, que las feministas pueden enamorarse de neandertales, pero esos amores no tienen un final feliz.
1985. Ella es más fuerte de lo que los hombres imaginan
Con
Una leyenda del futuro, Agustín de Rojas publica la continuación de
Espiral (1980), saga que deviene trilogía con
El año 200 (1990).
Una leyenda del futuro, no escapa a la actitud hegemónica y triunfalista de la CF soviética de la cual se nutre. Se reconocen sus huellas por tres de los elementos fundamentales de la trama: el cambio en las conciencias de los personajes; el nivel de los logros tecnológicos –la cual es incluso contradictoria, ya que son comunes los viajes estelares dentro del sistema solar, pero no hay cambio en los medios de comunicación social (elemento muy importante en una de las peripecias de Gema)– y la situación geopolítica internacional –todo el planeta está alineado con la Federación (comunista) o con el Imperio (capitalista), tensión que se resolverá algunas décadas después con la rendición (¿¡!?) del último. Coincido con Anabel Enríquez Piñeiro en que “esto lastra sensiblemente la veracidad artística, quizás evitable con otra datación.” (s/a), ya que la trama se ubica en la tercera década del siglo XXI.
La línea argumental principal es casi canóniga de la CF
hard: una nave espacial choca con un asteroide, el impacto mata a tres de los seis exploradores y destruye el centro de integración lógica del ordenador central. Ninguno de los sobrevivientes –el jefe de grupo Isanusi, la fisióloga Gema y el psicosociólogo Thondup– tiene una esperanza de vida de más que pocas semanas. La historia se desarrolla en la medida que se agotan los recursos para que la Sviatagor llegue a la Tierra, con saltos temporales bien dosificados sale a flote la historia que comparte la tripulación, la naturaleza de esta férrea unión que les hace tan fuertes como equipo y tan frágiles como individuos (pp. 109-111). Aunque no hay rencores ni dobleces entre ellos, ya que para Rojas “los personajes son proyecciones de sociedades paradigmáticas, de altos valores humanos y eficaz integración colectiva” (Enríquez Piñeiro s/a), si existe una tensión soterrada que aleja a Thondup de Gema y conducirá al cabo al enfrentamiento.
Lo que me interesa señalar de
Una leyenda del futuro es el extraño juego de fortaleza psicológicas que establecen los sobrevivientes de la expedición a Titán. El foco descriptivo de Rojas explora, con habilidad, la conciencia y los sentimientos, la lucha de los tres personajes por mantener su humanidad, por reconstruir esa estabilidad de la cual gozaban como grupo, antes de morir. Sin embargo, cada personaje cuenta con una limitación específica que complica tan sano deseo: Isanusi pierde la movilidad y percepciones sensoriales, está inválido y la necrosis amenaza su sistema nervioso central; Gema ha sido despojada de toda capacidad sentimental para evitar que su depresión comprometa su labor como navegante de la nave; y Thondup es víctima de alucinaciones crecientes.
Es entre la fisióloga Gema y el psicosociólogo Thondup que se centra la tensión dramática de la narración, pues Isanusi –como jefe, como persona convaleciente y finalmente como cyborg omnisciente dentro de la nave– es más un consejero, un testigo de los enfrentamientos entre su esposa y su amigo. En las primeras páginas parece que la relación de poder está clara: Thondup es uno de los miembros del equipo al que se le consideró en la Tierra capaz de soportar las pérdidas. Es por ello que asume la responsabilidad de “desinhibir” a Gema en cuanto ve los primeros signos de histeria (p. 30), y la deja convertida en una versión orgánica del Cibercerebro Proteo II, con el objetivo de hallar un modo para que la Sviatagor llegue a puerto (p. 65). El enfrentamiento surge de la oposición entre el objetivo de Gema –alentado por Isanusi– de recuperar su sensibilidad e integrarla a esta nueva personalidad y la seguridad de Thondup de que eso es imposible. Al mismo tiempo, el hombre muestra una creciente inestabilidad psicológica con la cual Gema debe lidiar. Eventualmente, la pérdida total de anclaje conduce a la disyuntiva de matarle o dejar que destruya la nave y la posibilidad de sobrevivencia de Isanusi.
En los elementos que Rojas argumenta para dividir al grupo entre personas “estables” y personas “inhibidas”, hay inconsistencias que dejan en claro el sesgo de ese equipo de computadoras y psicosociólogos al que se refiere varias veces la narración. Gema es juzgada “inestable” por las psicosimulaciones, a pesar de que su historia personal ilustra una precoz capacidad de tomar decisiones de ruptura y llevarlas adelante. En cambio, Thondup, hombre de prejuicios sexuales y sociales acusados, es declarado apto para decidir cuándo deshumanizar a los otros integrantes del equipo. Ya sea porque el autor desea exponer como tesis la capacidad humana de ser irreductiblemente sentimentales o porque no supo enmascarar mejor esa costura de la trama –lo cierto es que sin eso la novela se queda sin conflicto–, el caso es que Gema demuestra que su fortaleza espiritual es mayor de lo que sus mentores calcularon. El enfrentamiento dentro de la nave es también –y mucho– un enfrentamiento entre géneros, en el sentido de que Thondup subestima todo el tiempo las capacidades de su compañera para procesar información, proponer soluciones para el regreso a la Tierra o integrar armónicamente su antiguo Yo–sentimental con el Yo–desinhibido. Y Thondup actúa de esa manera porque subvalora las capacidades intelectuales de Gema para superar las barreras de su propia mente.
Una de las lecturas posibles, entonces, es que los recursos físicos, intelectuales y psicológicos de una mujer no deben ser subestimados: al final resulta que esta es la historia de cómo Gema salva a Isanusi de morir en la Sviatagor, haciéndolo, de paso, casi inmortal.
1988 Misoginia y homofobia son las claves para hacernos reír
F. Mond publicó en 1988
Krónicas koradianas, historia sobre las relaciones entre los planetas Korad y Tierra. Vale aclarar que
Krónicas…es parte de una saga que ubica sus peripecias en un universo paralelo al nuestro, donde el desarrollo social de la Tierra es sistemáticamente influido por los habitantes de Korad, planeta que “ocupa la misma órbita y cuenta con igual masa y con igual velocidad traslatoria y con igual rotación que la Tierra; empero, se halla en el punto opuesto de la elipse terrestre, con el Sol siempre de por medio” (p. 331-332). En distintos momentos de la misma línea temporal se ubican sus novelas
Con perdón de los terrícolas (1979),
¿Dónde está mi Habana? (1980),
Cecilia después o ¿Por qué la Tierra? (1983) y
Vida, pasión y suerte (1999).
En el caso específico de
Kronicas Koradianas, la acción transcurre a partir de 1996, y recorre los cuatro viajes de prueba para un nuevo sistema de navegación espacial basado en la antigravitación. Las intrigas del consorcio militar industrial, el robo de ideas entre los investigadores asalariados y las pugnas entre potencias mundiales, sirven de trasfondo para el desarrollo de una historia que ridiculiza, por turno, a cuatro mitos icónicos del mundo occidental:
La guerra de las galaxias,
Las tribulaciones del joven Werther, la
Divina Comedia y las aventuras de James Bond. La voluntad burlesca del relato implica que la lectura depare “una constante incongruencia, en la que apenas ningún personaje o situación tienen trazos de la más mínima seriedad o verosimilitud” (Toledano s/a).
Los resortes humorísticos de Mond se apoyan en el absurdo y la parodia cultural, pero especialmente en la exposición de las experiencias e intereses sexuales de los personajes: de los cuatro astronautas, tres viven aventuras eróticas que cumplen sus más aberradas fantasías. El ambiente de violencia sexual normalizada que se incorpora en las descripciones lleva al lector a asumir que todas las mujeres de la trama han sido violadas al menos una vez. Por último, la entrada de las asociaciones LGBTI al ruedo político, es tomada como prueba suprema de la “decadencia” de la sociedad capitalista.
Yo no tengo nada en contra de que la narrativa explore las fantasías eróticas de los personajes, en todo caso estoy a favor. Sin embargo, me parece profundamente desagradable que las mujeres sean retratadas como un montón de ninfómanas, que saltan por encima de obligaciones sociales o políticas; y todo ello sin que el autor invierta una línea para hacer notar que eso no es edificante, ni existe fuera de las fantasías machistas de los personajes –cosa que si hace para descubrir los dobleces morales de los hombres.
El indicador más elocuente de que la toma de posición con respecto a las mujeres no incluye una crítica implícita, está en la construcción de los títulos de los capítulos. De “Un mundo feliz o casi" pasamos a "La Perra de las Galaxias", para que no queden dudas de la talla moral de la Princesa Lejía. El colmo es la descripción de la agente Vinka Novalenko: “Profesión: ¿usted es bobo o comemierda? (…) Una mujer así nada más puede dedicarse a vivir pensionada en los mejores hoteles de las grandes capitales" (pp. 303-304). Vamos, que según Mond las mujeres bellas, por lógica elemental, se dedican a la prostitución de alto nivel. Pues qué alegría.
La violencia sexual contra las mujeres es, en efecto, un mal que afecta a muchos países –está estrechamente imbricado con el patriarcado–, y acaso sea legítimo utilizarlo como índice de lo podrido de un sistema social, pero de nuevo lo importante es el modo en que se asume la referencia. Mond incorpora la violación como experiencia normal del paso por la pubertad para las mujeres de los Estados Sumidos. No debemos olvidar que al naturalizar una discriminación o una práctica violenta la estamos, de hecho, apoyando. Por tanto, Mond apoya la violencia sexual cuando su narración, no establece distancia crítica respecto a las violaciones de Miss Kitty (p. 15) y Jane Pity (pp. 124-126). Y la invoco porque debería esperarse de un autor que tanto cuida de hacer explícito su punto de vista en temas mucho más frívolos, como la garantía de los productos Hitachi.
Respecto a la participación de las personas LGBTI en la lucha política. Las reflexiones del presidente Timothy Thorpe sobre la conveniencia de cumplir o no sus promesas de campaña al las organizaciones gays, podrían pasar como muestra de la hipocresía de la clase política: “No quería imaginar la reacción que provocaría la aprobación de la ley que debía presentar en ambas cámaras para... legitimar las uniones entre..., entre esos... ¡Maricas! (…) La «Ley Rosadita», como le decían los opositores” (p. 42) y más adelante “Un mandatario de la Unión, el país más poderoso del lado de acá, no podía tener compromisos de esa índole” (p. 43). Pero la “oreja peluda” del autor revela auténtica homofobia en el momento que describe al lobby gay y las consideraciones seudosociológicas que le despierta el movimiento: “¿Se habría vuelto loca toda aquella sociedad? No. Pero..., del treinta por ciento de los electores que le habían dado sus votos... ¡El noventa y seis era homosexual! Las plumas lo habían elevado al poder.” (p.43)
Al cabo, entonces, el humor de F. Mond no supera los burdos resortes de la lógica patriarcal que degrada todo comportamiento disidente de la “lógica” relación de poder entre hombres y mujeres, entre personas heterosexuales y LGBT.
Si se supone que el humor enseña a través de la risa, no me gustan estas enseñanzas.
1989. No hay modo de hacer todo lo que hace una mujer
En la revista
Juventud Técnica 262 (septiembre de 1989), se presentó el relato de Bruno Henríquez “Sólo Marta”. De corte intimista, esta es una de las más logradas piezas de Henríquez, nombre imprescindible de la CF contemporánea nacional.
El argumento se enfoca en el impacto social de los adelantos técnicos: el narrador presta, sin ningún cuidado, a su amiga Marta un multiplicador dimensional porque ella tiene que hacer más de cuatro cosas al mismo tiempo y... felizmente la base técnica de semejante artefacto es obviada, en su lugar, Henríquez alcanza la eficacia dramática con el cuidado relato de las peripecias de cada versión de su amiga. Y es en este recuento que se revela un trasfondo de clara denuncia feminista.
Una de las muchas razones para validar el feminismo contemporáneo, es que la igualdad “formal” con los hombres fue, en la mayoría de los casos, una trampa para mantener intactas las lógicas del sistema patriarcal. Las mujeres votamos, estudiamos, ganamos dinero, heredamos, dirigimos empresas o viajamos al cosmos, pero todo eso es además de ser lo que “siempre hemos sido”, o sea, madres, sirvientas, cuidadoras de enferm@s, ancian@s o niñ@s, y objetos del deseo sexual por los cuales compiten los hombres. De este modo, las mujeres, para ejercer nuestro derecho a la ciudadanía plena –en versión occidental eso es tener propiedades y opinar en política–, debemos enfrentar la doble jornada: una en el espacio público, donde somos teóricamente iguales que los varones, otra en el espacio privado, donde estamos supeditadas a los varones, a su cuidado, protección, etc. Comoquiera que la mayoría de los hombres no han sido forzados a ejercer roles en el sentido contrario, al cabo corremos la misma distancia con doble carga ¿de qué manera alcanzar entonces el éxito?
Este drama se acentúa en sociedades como la cubana, donde la vida cotidiana incorpora a cada habitante una jornada más: la de participación social. Esa esquizofrenia de jornadas superpuestas –cada una con su propio sistema de valores y exigencias socialmente pautadas– destruye la autoestima y hace casi imposible detenerse a pensar sobre el sentido de la vida.
Bruno expone esta odisea de mujeres sobrecargadas y amargadas –sobre el que se han vertido ríos de tinta académica y se han hecho millares de encuestas, proyectos comunitarios y políticas públicas–, y lo soluciona con sencillez inusitada. En la línea de la mejor CFFem, distorsiona la realidad para que reconozcamos su terrible naturaleza: cuando las esferas de la vida de Marta colisionan, sólo multiplicándose a sí misma por cinco tendrá tiempo para hacer felices a sus familiares y a si misma.
Obsérvese que cuatro de las Martas se dedican a cubrir los campos de acción femenina tradicional y aquellos que la sociedad contemporánea confía a las mujeres “liberadas” para que ejerciten sus “derechos”. En la misma noche ella tiene que asistir a una reunión de naturaleza no especificada que durará seis horas (política), visitar a su madre anciana y a su tía hospitalizada (cuidado de la familia), hacer las compras y limpiar la casa (trabajo doméstico) e ir al cabaret con su esposo (satisfacción sexual del hombre). La quinta Marta, generada por error del inventor, se dedicará al inaudito placer de ser “completamente libre de ir a donde le viniera en ganas hasta las doce de la noche” (p. 88).
Esta Marta V es el elemento más elocuente del extremo de enajenación al que puede llevar la vida cotidiana de las mujeres. La Marta “libre” está desorientada porque no tiene un programa, un orden que seguir. Lo que en clave de género podría formularse como que ha perdido la capacidad para el autocuidado. Marta V simplemente sale a caminar sin rumbo por la ciudad “a buscar una fuga a las tensiones acumuladas”. Como Marta II, la V es atrapada por la nostalgia, pero no en función de la comunión espiritual con otras mujeres de su familia, sino por sí y para sí.
De todos modos, el final obligado de la multiplicidad –a las doce de la noche, como en un buen cuento de hadas– implica también la imposibilidad de apostar por soluciones como la duplicación espacio-temporal para resolver los problemas de la doble –o cuádruple– jornada.
En este caso la CF advierte que la solución no es técnica, sino social.
Conclusiones
En los ejemplos citados, el diapasón se mueve de la más rancia misoginia a la intuitiva exploración de los problemas del género social y sus posibles soluciones, dentro del marco lógico de la CF. Nótese que no hay una línea evolutiva coherente, sino acercamientos erráticos a los temas centrales de la CFFem: la tecnología y el papel social de la mujer, la relación amorosa inter–especies, el cambio en los paradigmas de relaciones sexoeroticas y afectivas desde las perspectivas muy personales de los autores analizados. Los enfoques, por lo mismo, oscilan entre el más rancio patriarcalismo y la ingeniosa solución de los conflictos relativos al género, aunque esos finales no siempre sean felices. Por tanto, los autores del canon cienciaficcionero cubano del siglo XX confirman las palabras de Lola Robles:
La ciencia ficción puede ser un género de gran calidad literaria y con un potencial enormemente subversivo: por su inquietud y su capacidad de imaginar, especular sobre un futuro distinto, lo que la hace rebelde, radical, crítica, inadaptada. Sin embargo junto a este tipo de CF subsiste otra muy conservadora, en ocasiones incluso reaccionaria, y desde luego, patriarcal. No hay que olvidarlo, aunque asombre que, en algunos casos, el arte y la literatura, en vez de ir por delante de la sociedad, le vayan a la zaga y admitan casi a regañadientes, como las leyes, y por intereses de éxito, sus avances. (2006)
Pero deseo recordar a quienes me leen, que esta producción narrativa no existe sola, sino que dialoga con un discurso teórico que ejercita la exégesis, contextualización y crítica de la ciencia ficción escrita en la isla. Aunque de existencia agónica, la mayor parte del tiempo, esa crítica está encarnada en prólogos de libros u artículos promocionales, e implícita en los criterios para conformar antologías y otorgar premios literarios. La crítica de CF cubana ejercida por plumas del patio respiró con mayor soltura a partir de la aparición del Guaicán Literario y otros fanzines en formato digital, lo cual ayudó a que el ejercicio ensayístico adquiriera sentido, en especial por las posibilidades de profesionalización que abriera el Guaicán a partir de 2001.
La tercera parte de mi venganza será, entonces, una crítica de la razón crítica.
La Habana, julio de 2010
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Y muchas páginas de la Wikipedia en español e inglés.