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Algo como una ficha

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Vivir en Cuba y ser Queer ha sido elección. Mi vida es un fino equilibrio entre el ejercicio de la maternidad, el feminismo y el marxismo crítico.

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martes, 8 de diciembre de 2009

Yo cocinaba con sabor de libro

Mi madre odia cocinar, pero adora comer, así que se descarga olvidando cómo cocinar una y otra vez. Mi madre, a los sesenta años, cocina por el libro. No hablo de arroz, frijoles o tortillas, pero flanes de leche, panetelas, sopas, carnes... para eso se remite a la bibliografía autorizada: Nitza Villapol.

Nitza es una institución en la cultura culinaria cubana. Su programa Cocina al minuto –con recetas fáciles y rápidas de hacer– estuvo en la televisión cubana desde 1956 hasta bien entrados los noventa, sus libros se editaron y reeditaron, se venden todavía hoy. Su estilo es imitado por tres programas de la TV actual –ventajas o desventajas de tener más canales y menos imaginación entre quienes programan– pero sobrevive como paradigma en el imaginario nacional de lo que debe ser un programa de cocina. ¿Recuerdan las charlas de Nitza mientras batía o mezclaba? Pequeños detalles que hacían la diferencia entre “comida para no morir de hambre” y “buena mesa”, testimonios de su experiencia en la investigación –y como me hubiera gustado participar de esos “ensayos clínicos”.

Se imaginan a estas alturas que yo también cocino por el libro. Nada tiene de extraordinario: se aprende por imitación, y yo imité a mi madre, así que me acostumbré a cocinar por el libro o seguir las instrucciones de las cajas al pie de la letra –olvidé mencionar que mi madre también es fan de la comida instantánea. Es la mía una relación intelectual con la cocina, cimentada por cronómetros, cucharas y tazas de medida, listas de ingredientes, potes herméticos, cuchillos y paletas clasificados por uso, tamaño y color. Porque a mi tampoco me gusta cocinar, al verdad.

Y sin embargo... Yo enseñé a cocinar a mi pareja.

No deja de ser gracioso. Rogelio, como mi padre –Freud, revuélcate de risa– tiene verdadero don para la cocina. Solo que cuando nos conocimos no lo sabía porque su mami no le dejaba cocinar –¡ah!, pero lo primero que me preguntó a mí era si sabía. Así que yo le enseñé a medir, a ordenar, a armar un menú, la diferencia entre sancochar y salcochar para luego... ser expulsada de la cocina salvo para fregar. No me molestó: me gusta comer, pero no cocinar, así que mi feminismo-racional se expresa dejando cocinar a otra persona mejor y más motivada que yo.

Pero seguimos cocinando por el libro, ya que como buenos amantes, queremos tener festines de sentidos cada día, en cada bocado. ¿Recuerdan Nueve semanas y media? Entonces ya saben lo que se me acabó con esto de tener un bebé y ceder la cocina a mi suegra.

Es que mi suegra tampoco sabe cocinar, pero está en negación desde hace cuarenta años.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Auril cumple cuatro meses

1. Las cosas claras

Ya vamos para cuatro meses y el asombro no termina. Asombro de que alguien pudiera confundir esto con la felicidad o el objetivo de la vida.
Si perpetuarse es instinto de toda especie, entonces la anticoncepción bien podría ser atributo de racionalidad.

2. Logros evolutivos (¿?)

Duerme de 10 30 p.m. a 6 00 a.m., a veces una siesta al atardecer.
Gira de su espalda a su barriga, pero se le queda trabado el brazo debajo del tronco.
Reconoce personas y objetos a tres metros de distancia.
Ríe con facilidad.
Se reconoce en el espejo, compara los objetos reales y especulares.
Estudia las sombras en la pared, las compara con las personas cercanas y juega a proyectarse a si mismo.
Tira de todo lo que cae en el rango de sus brazos y lo lleva a la boca. Toma objetos con las dos manos coordinadas. Agita los sonajeros con seguridad, si está concentrado.
Se asusta si hablo muy alto cerca de él.
Tiene fuerza de tracción en los brazos y de empuje en las piernas. Suficiente como para desviar a un adulto desprevenido o aferrarse a lo que le interesa, pero eso lo hace desde la primera semana.
Apoya las piernas cuando se la alza, intenta erguirse.
Se queda sentado muy derechito si tiene respaldo y algo que llame su atención hacia delante.
Inclinado hacia delante, mantiene el tronco apoyado en sus brazos durante casi un minuto, hasta que se va de lado.
Sostiene el biberón sobre su pecho con las dos manos.
Juega con sus pies.
Posa para la cámara.



3. ¿Personalidad?

Auril es observador, y la naturaleza la fascina.
No tengo idea de en qué etapa está, pero dudo de que su inteligencia ahora sea comparable a la de un homínido adulto, un chimpancé o un orangután, digamos. Pero hay en su persistencia algo absolutamente “humano”. Aunque sus movimientos torpes delatan a un cerebro novel en eso de controlar periféricos, Auril observa atentamente.
Observa el techo, la pantalla del televisor, los muebles, a las personas. No importa si está quieto, vivo, animado, lejano o al alcance de la mano. Auril estudia los abofados del techo de la sala con la misma intensidad que el rostro de mi madre.
La diferencia es que algunos intereses le permiten prescindir de compañía. ¿Se imaginan a un bebé solo y en silencio por casi media hora?
Este miércoles lo senté en Lunajod delante de la reja que da al patio. Yo corría de un lado a otro, apurando las mil cosas por hacer, pero él solo miraba las ramas de los árboles, las malangas decorativas, las sábanas agitadas por el viento. Si me asomaba por encima del coche, podía ver sus ojos grandes, oscuros, moviéndose veloces para seguir los patrones que dicta la brisa caprichosa y tenue de diciembre antes del cambio de tiempo.
Ya antes, tendido en Baikonur junto a la puerta del estudio que asoma al patio de cemento, le vi esa quietud curiosa, pero desde ahí hay mucho menos que ver. En cambio la puerta trasera es un festín para los sentidos.
El festín lo sacio por veinte minutos, pero no quise tentar a la suerte y lo moví al primer signo de inquietud.

4. Presunciones

La dentición está cerca, lo se porque además de la baba –que está ahí desde que tiene cuatro semanas–, las encías empiezan a hacerse agudas.