Temas más frecuentes

Temas más frecuentes

Algo como una ficha

Mi foto
Vivir en Cuba y ser Queer ha sido elección. Mi vida es un fino equilibrio entre el ejercicio de la maternidad, el feminismo y el marxismo crítico.

Reglas para comentar

1) Los comentarios ofensivos serán borrados
2) Los comentarios deben tener alguna relación con el tema del post
3) Se agradecerá el aporte de argumentos con referencias para que podamos ampliar el debate

martes, 2 de junio de 2009

La renta de la normalidad

La Habana, 29 de mayo – He llamado a mi hermano para decirle que pasan “Rent” en Cubavisión esta noche y se la recomiendo mucho. Roge y yo ya la vimos en la Cinemateca hace varios años –en una retrospectiva del musical norteamericano.

Le he dicho que habla de artistas pobres en el New York de 1990, personas acosadas por el hambre, el frío, el desalojo, el SIDA; personas que se apartaron de sus familias para ser ellas mismas –dice Mark: “A veces me pregunto qué hago aquí, pasando trabajo para hacer una película. Entonces ellos [sus padres] llaman, y lo recuerdo”–; personas que construyeron una nueva familia a partir de los lazos que afectos sinceros y diversos cimientan. Así dos lesbianas, un drag queen, un gay y tres heteros luchan por sobrevivir, por hallar una medida justa a los 525 600 minutos que cubre el filme, desde la navidad de 1989 hasta la de 1990.

Ver “Rent” –qué diferencia entre este Chris Colombus y el de Harry Potter– me hizo recordar cuando mi hermano y yo solíamos sentarnos en un rincón del Parque de 23 y G, del lado de G, a mirar a quienes se sentaban –con mucho aspaviento de plumas y besos y griticos maricones– cerca de la cafetería, en los bancos que daban a 23. Era el otoño de 1998. Igor acababa de entrar a su primer año de la universidad, yo cursaba el segundo. Muchos de los hombres que allí se daban cita nos eran conocidos de otros medios –teatros, aulas universitarias, presentaciones de libros, talleres de autos, tiendas–, pero no nos atrevimos a saludarles por unos tres meses.

“¿Cómo vamos a pagar la renta del año pasado? ¿La renta de este año?” se preguntan los personajes al inicio del filme.

Están excluidos del mundo monetarizado que rige los contratos de arrendamiento. Sus vidas transcurren a través de redes de solidaridad e intercambio de bienes o servicios, difícilmente convertibles a dólares –o a rupias o a pesos cubanos–, pero satisfactorias en tanto implican un componente ético: la responsabilidad de l@s individu@s con el grupo pasa por el reconocimiento de sus capacidades específicas, cualificadas antes que cuantificadas. Hay que establecer un arco de transferencia cada vez que se impone la necesidad de convertir esas habilidades en moneda de curso legal. Tales momentos son siempre señalados en la puesta en escena como procesos de extrañamiento (anunciar que hay cómo pagar la velada en un café), sacrificio (obtener un empleo para asumir las cuentas) o victoria de su modo de vida sobre el mercantil –al incio del film Ángel obtiene 1 000 dólares por asesinar a un perro desagradable, que resulta ser de la esposa del traidor Benny, casi en el final Collins cablea un cajero automático que dará cantidades ilimitadas de dinero a quien teclee el nombre de su exánime amante ANGEL)

Es más de media noche cuando termina la transmisión del filme. Estoy sola en la sala de la casa. Recuerdo, mientras friego los cacharros de la comida, que nosotros también tuvimos nuestro apartamento destartalado en el centro de la ciudad. Dije antes que allí “la carne era una fiesta” y no me refería al placer de los cuerpos, sino a que comer carne era tan poco frecuente que esas ocasiones ameritaban celebración. No pagábamos renta, pero varias veces no tuvimos para pagar el gas, o la electricidad –en eso también influía que el vendedor de helados del piso de abajo había cableado nuestro reloj contador, por lo que Irina se limitó a llevarle la cuenta y mirarle con esa cara suya, tan “convincente”.

La historia de “Rent” transcurre en uno de los peores años de la epidemia del VIH/Sida, cuando el liberal comportamiento sexual de los setenta y primera mitad de los ochenta empieza a pasar factura sobre una generación completa. El AZT es mencionado como un elemento cotidiano en la vida de estas personas, vinculadas el la trama a través de un grupo de reflexión y apoyo. Sus personajes reflejan a quienes ya perdieron el miedo al estigma de la enfermedad, pero cuya esperanza de vida se mide en negativo por lo rudimentario de los tratamientos y la discriminación social –“Toda lógica dice que debí morir hace tres años (…) ¿Perderé mi dignidad? (…) ¿Despertaré para salir de esta pesadilla?”.

Nosotros crecimos con el miedo a la epidemia en cada vuelta de esquina. Eran sombras muy largas el misterioso “Sanatorio de los Cocos” y las noticias de muertes que parecían demasiado frecuentes –literalmente parecían, porque Cuba tiene uno de los índices de morbilidad más bajos del continente–, especialmente inquietantes en su extraña lógica de “infecciones oportunistas”. Generación Condón, llama un ex–compañero de trabajo a quienes nos hicimos sexualmente activos en los noventa. A un@s cuant@s conozco que ya no lo imaginan sin goma, que ante la perspectiva de relaciones estables y bebés tienen que empezar a reinventar el juego del amor. Nadie cerca de mi ha caído, pero da rabia ser identificados aún como grupo de riesgo solo porque no somos “normales” –total, en Cuba la epidemia empezó siendo cosa de militares y ahora crece entre las amas de casa, allá los “normales”.

La cocina está limpia y el agua del baño caliente. Al pasar frente al teléfono me detengo: tengo ganas de llamar a Igor y preguntarle por aquella vez que la poli se llevó a toda la gente reunida en 23 y G, una noche de 2000, creo, por el simple hecho de estar ahí. Ese episodio siempre me trae un sabor de hiel a la boca, porque yo debí estar ahí con Roge, pero la 174 pasó antes de tiempo y ese día apenas agitamos la mano para saludar a l@s congregad@s en la tertulia antes de correr tras la guagua. Unos quince minutos después llegó el camión de la poli. Para hacer más surreal la aventura, Igor estaba acompañado de unas estudiantes norteamericanas de intercambio que le asignara la UJC de su facultad, las cuales vieron este episodio con extraña serenidad de newyorkinas, y cumplieron la seca instrucción de su guía “Espérenme aquí” hasta su regreso unas cuatro horas después. En la madrugada del domingo les dejaron ir, sin otra amenaza que tomar sus nombres y direcciones… Otro compañero, Fran, llegó a su casa al amanecer y su madre nunca creyó que estaba preso –¿lo estaba?–, sino que por alguna razón no deseaba admitir haber estado en casa de alguien.

Desisto, no tiene sentido que le recuerde malos momentos a nadie.

“Rent” puede ser un bálsamo en su llamado al valor del amor como experiencia redentora. “Rent” puede atraer los viejos fantasmas de un inicio de siglo que fuera también inicio de la adultez, del despertar a la conciencia de nuestras singularidades y su carácter legítimo. “Rent” puede ser tu (mi) espejo: “¿Cómo mides, mides un año?… Estaciones de amor…”

Y por amor hoy quiero decir voluntad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Qué opinas...?