
Paradójicamente, al menos en Cuba el sincretismo religioso también se sirvió de la imagen de María como arma de resistencia cultural, modificando los atributos y poderes de sus transfiguraciones para vincularlas con dioses y diosas del panteón africano. En este caso la tradición africana de respeto y culto a la madre –lógica en sociedades de familia extensa y cuidado colectivo de la descendencia– se reforzó por el drama de violencia sexual y maternidad sola de las negras y mestizas a lo largo de cuatro siglos de colonia –muy similar al de las indias en Tierra Firme–que acabaría consagrando la familia matrilineal y su desencuentro con las estrusturas legales españolas –lo que a menudo se traducía en desamparo.
En Cuba, las tres imágenes más importantes de María son la Virgen de la Caridad del Cobre –una mulata con su niño Jesús, la Oshún del panteón yoruba–, Santa Bárbara Bendita –guerrera de cepa, identificada con el masculino Shangó– y Nuestra Señora de Regla –negra porque vino de África vía Cádiz, también madre, pero más que todo señora de los mares, en yoruba Yemayá. Aunque las historias de ellas tres no tienen que ver con épicos combates entre nobles indios y españoles sin ralea, ellas también cifran las imágenes de la feminidad mestiza y d esta identidad latinoamericana a la cual Montecino –quiero pensar que por descuido– vuelve a negar su sangre negra.
A propósito de:
Montecino, Sonia, 1991, Madres y huachos: alegorías del mestizaje chileno, Cuarto Propio-CEDEM, Santiago, de Chile, pp. 36-95.