Para Noa, con toda la sinceridad de un juego limpio
Los cuartos de esta beca no son bonitos.
Por las noches, cuando sólo entra la luz de la torre donde se suicidó un muchacho, los cuartos recobran la poca humanidad que el sol les niega.
Por la noche es evidente que son guaridas.
Una guarida durante la noche de junio: el calor y la luz amarilla penetran a través de los árboles. Yan y Nina hablan, sentados en la cama baja de una litera como si estuvieran solos en el universo.
Son las dos de la mañana y la justificación del estudio ha quedado atrás: ya han hablado de historia de la filosofía, del maníqueo materialismo dialéctico de algunos autores, de la poesía erótica de Wichy Nogueras, de su pasado y de sus sueños.
–¿Qué piensas tú que no pienso yo? ¿Qué pienso yo que no piensas tú? ¿Qué es lo que no pensamos ni tú ni yo?
Yan sonríe extrañado ante semejante acertijo.
–¿Esa es la influencia martiana en la juventud de hoy?
–Sí... contesta —la voz de ella es apremiante.
–Yo pienso que quiero seguir jugando. Tú piensas que es hora de irte. Ninguno de los dos piensa que el juego se pueda terminar.
–Conmigo te equivocaste.
–¿Y cuál es tu respuesta al acertijo?
–Yo pienso que tú actúas diferente. Tú piensas que quieres terminar el juego. Ni tú ni yo pretendemos saber cómo acabará.
Yan riposta enseguida.
–¿Diferente a qué?
–Aquel día, en la guagua, cuando nos conocimos, eras más fresco que hoy, en el sentido de… espontáneo.
–Es posible, aquel día jugaba al gato, hoy soy el ratón... Hoy me gustaría terminar el juego.
–¿Qué diferencia hay?
–Tengo la luna en la sangre, podría decir que tengo la líbido alta ¿Y tú? ¿Por qué juegas?
–Por curiosidad, me asombra que alguien quiera jugar al gato y el ratón conmigo. De hecho, hoy tardé bastante en darme cuenta. En cierto modo estoy en desventaja: yo conozco mis propios límites, pero no sé cuales serán los límites del otro.
–Yo ya no juego tan a menudo como antes, el jugar en exceso le deja a uno cierta sensación de vacío, pero tú eres una ratoncita muy especial.
–¿Por qué?
–A veces es difícil pasar de la belleza de aquí. Se señala los ojos – a la de aquí. Se señala la sien – Tú siempre pones la ratoncita, aunque seas la gata, y uno da ese paso.
Con un dedo acaricia la nariz y mejilla de Nina. De un gesto felino ella lo atrapa entre sus dientes y le mira retadora. Un rayo de luz entra directamente en su ojo. Baja un poco los párpados.
–Tu respiración está alterada, pequeño ¿Quieres que me vaya? –Ahora la mirada de ella es medio burlona.
–¿Por qué te irías?
–Te dije que juego por la emoción: es aburrido saber que mi novio duerme como un tronco a treinta kilómetros de aquí. Pero no traspasaré esos límites.
Pero él niega con la cabeza.
–¿Por qué será que la piel habla para desmentir a sus dueños? ¿Eh, pequeña?
–¿Y qué te dice mi piel?
–¿Quieres que te lo diga?
–Sí.
–¿Ahora?
–Sí.
–Que estás loca por ser cazada.
–Sí.
–¿Y entonces?
–Entonces nada. –Se pone seria por primera vez –Yo vine a repasarte filosofía. Lo sabes.
Él pone su mano izquierda tras la nuca de Nina e intenta acercarla a su rostro. Ella se pone rígida.
–Ya una vez te dije que habías llegado demasiado tarde a esta historia.
Ahora Yan se acerca, mientras le retiene la nuca. Nina gira el rostro violenta. Quedan medio incorporados y llenos de tensión.
La voz de Nina está llena ahora de dureza y reproche
–Creí que habías entendido que no pasaríamos del juego.
–Parece que no…–Improvisa una sonrisa triste en la penumbra –¿Cómo era la frase? “Yo le caigo bien a las madres de mis amigas, pero no a mis amigas”
Pero ella no lo escucha, recoge sus cuadernos torpemente.
–Buenas noches, Yan.
La luz fría de la escalera la ciega por un instante.
Su cuarto está por el otro lado del edificio, desde allí la torre donde se suicidó un muchacho no alcanza a iluminar. El sordo rumor del ventilador de techo invita al sueño, pero Nina no duerme, quisiera estar a treinta kilómetros de esas guaridas para animales solitarios.
La Habana, primavera del 2000
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