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Vivir en Cuba y ser Queer ha sido elección. Mi vida es un fino equilibrio entre el ejercicio de la maternidad, el feminismo y el marxismo crítico.

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jueves, 10 de mayo de 2007

BOCETOS ALREDEDOR DE UNA MODELO DE ESCULTURAS

-Mira, la verdad es que todo empezó por el chisme. ¿Para qué tenía que preguntarle a Jaime en qué planeaba gastar su tiempo? Me dijo que se iba a una exposición nueva en la Galería Habana, yo tenía tres horas vacías por delante, hasta el inicio del teatro, así que allá fui.

Este hombre ha escrito algo que se entiende, ¡que raro!
–Disculpa.... ¿Me prestas el catálogo?
–....
–Es que no he alcanzado...
–Si claro, claro.

En ese momento lo único que pensé era que debía obligarme a hablar. Las palabras son la mejor cortina para el desasosiego, creo que eso ya te lo dije...
-La primera vez que hablamos.

–¿Te gusta la plástica?
¡Qué bueno que me ha dado un tema de conversación!
–La contemporánea no mucho. Para mi los pintores se acabaron en Cuba con Carlos Enrique y sus contemporáneos, más o menos. En el resto del mundo... tal vez Picasso.
Se ríe, tiene los dientes perfectos
–¡Qué radical! Debe ser por eso que esta es la primera exposición en la que te veo.
–¿La primera en la que me vez? ¿Nos conocemos?

¡¿Enterarme de que ese bombón me había pasado por el lado sin yo verlo?! Eso era terrible para mi orgullo.

–Claro, yo te he visto muchas veces. En el teatro y en el cine. En el ballet nunca. Siempre vas con algún muchacho: uno rubio y delgado, que fuma; o uno alto, de pelo muy oscuro y largo ¿no?
–....
–Hace mucho tiempo que te he visto.

-Debí darme cuenta que aquello era una pista, un cabo para que me lanzara más.
-¿Y por qué no lo hiciste?
-Supongo que complejo. ¿Cómo imaginar que una chica así se fijase en mí?

–La verdad es que ni siquiera vine acá por la exposición en si. Estoy esperando para una función de teatro en la noche. Pero me gusta lo que estoy viendo. Va y me reconcilio con el arte contemporáneo.
–Este catálogo me sorprende, porque he leído cosas del mismo autor y me molesta su barroquismo y....

-¿Para qué quieres que te cuente el resto? Hablamos, hablamos, cambiamos de idioma, hablamos...
-Y te enteraste de cosas sobre ella.
-Y ella de cosas sobre mi...
-La verdad es que se mostró demasiado confiada. Era evidente que quería acercarse a ti y no al catálogo. Si no ¿por qué decirte lo de la exposición en el hotel ese?
-Yo le tiré mis pullitas. Que hubiese visto a una chica tan linda al pasarme por el lado; que era la primera mujer a la que el corte del cero le quedaba bien; que si nadie se espera una modelo bilingüe e inteligente.
-Y al final decidiste que irías a ver esas esculturas que la representaban.
-Mucho antes del final.

–Disculpe. Trabajo para una firma de perfumes y estoy investigando a una modelo. Me han dicho que en este hotel tienen una exposición de esculturas basadas en su cuerpo. ¿Me indica el Salón Marino?
–Claro. Es al fondo del corredor, a la derecha, espero que encuentre lo que busca.
¡Los porteros amables y discretos son tan escasos! Siento calor en las orejas. ¿Será eso sonrojarse?

-¿Qué te sonrojaste?
-¡Tuve hasta taquicardia mientras atravesaba ese corredor! Creí que todos en el lobby sabían.
-Pero no tenías que mentir para ver la exposición.
-Es que no quería que nadie supiera. No quería ni saber yo…

–¡Hola! ¿Tú en el ballet?
–Si. Bueno... hoy es un estreno y... bueno, hay que mantenerse al día ¿no?
–¿Y estás sin amigos? –Hay cautela en su mirada.
–Andan por ahí, comprando maní para  la función, supongo.
–Nunca estas sin compañía... Lo comprendo.
–¿Perdón?
–Siempre te he visto con amigos alrededor, el día de la galería fue la primera vez que me pude acercar y entendí. Es que tu simpatía es mucha y tu fuerza...
–¡Si soy un esqueleto!
–Tu fuerza interior.
–Ah... –¿Qué coño se le dice a la mujer más delgada y bella de la puñetera Habana, que espera alguna salida ingeniosa?– ¿Y tu sí eres asidua al Gran Teatro?

-¿Asidua? ¡Era punto fijo!
-Para reconocer a un punto fijo hay que serlo también.
-No era su trabajo, sino el mío. Si estás en casi todos los estrenos y no eres del giro, tienes que ser una balletómana.
-Las balletómanas no son, precisamente, hembras.
-No. En términos biológicos, no.

–¡Igoooooooooooooor! ¡Despierta que te vinieron a ver!
La Doña no me tendrá mucho aprecio, pero cuando se trata de despertar al hijo por la mañana... Se agarra de cualquier aliado.
Los pasos en la escalera. Las manos revolviendo el pelo rubio y erizado. ¡Debe haber cogido tremenda nota anoche!
–Ah…, eres tú.
–¿Quién más te haría madrugar así? Nada más son las once de la mañana.
–Muy gracioso, muy gracioso. Déjame fumarme un cigarro, que ni yo me aguanto así.
Inhala, exhala, suspira, va a buscar agua y me arrastra a su cuarto ante la mirada fastidiada de la señora. ¿Tendría la esperanza de que él fregase el desayuno que no tomó? La pobre.
–¿Y?
–Ayer la vi de nuevo.
–¡No! ¿En el ballet?
–Te dije que vinieras... Pero preferiste la fiesta de disfraces.
–¿Y le disparaste?
–¿Cuál es la disparadera tú? ¿La he visto tres veces y le voy a disparar?
–¿Tres?
–Contando las esculturas con su cuerpo... ¡Quién tuviera 200 fulas! Les iba a dar un uso...
–Me imagino... ¿Volvieron a hablar?
–Si, me parece que la conozco desde hace tiempo. ¿Conoces esa sensación de que puedes hablar horas y horas con alguien?
–¿Hablar nada más? A mi no me duermes, tu no eres nada inocente.
–¿Qué más voy a hacer? ¿Con qué cara se lo digo? A mi no me parece que ella... ¡Tú sabes!
–Claro. ¿Y viniste a eso nada más?
–No. Vine porque me tienes que tirar el cabo esta noche.
–¿Está noche? ¿Tú te quimbaste? Yo llegué hoy a las cinco de la mañana. ¿Con qué cara le digo a mami que voy a salir de nuevo?
–Pues inventa porque el Físico estuvo en mi casa ahora por la mañana y le vi en los ojos que se va a tirar a fondo hoy. Y hay que pararlo.
–¿A qué fue a tu casa?
–A confirmar los movimientos de esta noche. ¡Tú no me puedes dejar en banda mi hermanito!
–Deja ver qué hago. –Se rasca la cabeza– ¿Es en el Nacional?
–Si. Va a ser hasta agradable... Actúa Déxter "el magnífico". Después nos acompañas hasta la parada... Vaya: no lo dejas moverse.

-Para mí que los dos estaban de acuerdo.
-Y para mí que tu hermano vio más lejos que tú, y más adentro.
-El caso fue que llego tarde al teatro, se sentó lejos, ¡y luego propuso ir a ver la función de la medianoche al cine Yara!
-El puntillazo fue irse a orinar. Es que imaginármelo me da risa.
-Estaba que hervía de rabia. ¡Y abrase visto película más estúpida! Ni ese consuelo tuve.

–Ahora me voy, pórtate bien.
–Me debo portar al revés de cómo hiciste tú ¿no?
–No te pongas en ridiculeces por favor. He actuado lo mejor que pude.
–¡Se suponía que me librases de él!
–Se supone que un hermano ayude a otro, y esto te conviene. Lo sé. Es un negocio de imagen pública, te vendrá bien si intentas acercarte a la modelo. Puedes jugar un poquito, dejar que el Físico aprenda algunas cosas y luego botarlo.
–... No es fácil salir de un juego después de entrar.

-Lo que más me preocupaba en ese momento era mi libertad. Una libertad que me había costado muy cara.
-Pero te arriesgaste.
-Las palabras de mi hermano pesaron, podía reforzar mi imagen pública y ganar libertad. Todo descansaba en jugar bien mis cartas.
-Parece que alguien las jugó mejor que tú.

–¿Qué te pasa? –En la cama se me caen las defensas, menos mal que no estoy en el giro del espionaje...
–Pasa que la Modelo llega mañana de su escuela al campo. En cualquier momento me la encuentro en la calle de nuevo.
–¿Y si te la encuentras?
–Nada, supongo que conversaremos.
–¿Te gusta mucho? –¡Coño! Ese era el último comentario que le esperaba.
–Es tremenda mujer, le gusta a cualquiera que tenga ojos en la cara.
Se sienta, mira a la pared para disimular la molestia.
–Creo que es muy delgada.
–¡¿Y de dónde...?!
–Tu hermano me contó de la exposición... No importa qué cara tenga, demasiado delgada.
–¡Es cuestión de gustos!
–Supongo... –Se vuelve hacia mí. Acerca el rostro para poder ver mis ojos. Trato de no pestañear.
– ¿Le vas a disparar?
–¿Te preocupa?
–No. –Sus uñas rozando mis muslos. ¡Me conoce demasiado, carajo!
–Estoy seguro de mi posición. Solo voy a esperar lo que decidas.

-¡Esa fue una jugada maestra!
-Tampoco había muchas salidas, para alguien sin cultura de la intriga el camino era echar pie en tierra, y esperar los acontecimientos.
-Aún hoy me pregunto cuánto pesó esa actitud en mi mente.

El éxito es total, ¡parece una película!: Yo con una modelo, en el estudio–sótano del escultor complaciente... Nunca imaginé un éxito tan arrasador.
La beso, pero el rostro que veo al cerrar los ojos no es el suyo. Algo está fallando y la idea es que todo debía ser perfecto.
–Te estoy viendo en diversos lugares de La Habana desde que estrenaron aquella película inglesa, "Sacerdote". Recuerdo que vi tu rostro y pensé que me suicidaría de tener que ver eso cada mañana en el espejo. –pero ahora acaricia mis mejillas– Lo pensé hasta que vi tus ojos y comprendí las miradas arrobadas de tus amigos.
Besarla, hacer que se calle, que no repita ese rosario de admiraciones que se me de memoria porque en ocho años no es esta modelo–de–esculturas–bilingüe–pelada–al–cero–inteligente–delgada–bella–talla–extra la primera que habla de la maravilla de estos ojos sembrados en el horror de mi cara; de la fuerza interior de mi mirada; y de la extraña capacidad para convocar afectos.
La verdad es que esos comentarios me exasperan. Han acabado por sonarme agotadores, casi vacíos. Por eso tengo que besarla,  hacer que se calle y que se callen también mis latidos.
Besarla otra vez. Pero el rostro de ella sigue sin acompañarme y ese es un oráculo definitivo.
–Lo siento, pero esto no puede ser.
Salir a escape, sin que al abrir la puerta se me note el temblor de las manos. Asumir que esta es la mayor prueba de que no se deben jugar juegos de corazón.
 
-Lo que hice entonces fue caminar para tratar de poner la cabeza en orden, para decidir.

"La verdad es que solo una persona ha sorteado el lugar común de mis bellos ojos, mis amigos extraños y mi fuerza interior.
"La verdad es que esa única persona no mencionó mis ojos hasta que, con fastidio, le pregunté su opinión. La verdad es que mis amigos no le parecen nada en absoluto, simplemente los acepta, sin dudas, porque yo los aprecio.
"La verdad es que tratando de besar a la modelo su rostro hacía algo peor que impedírmelo: los convertía  en besos para si.
"La verdad es que casi nada se puede controlar, excepto la decisión de seguir nuestros sentimientos.

-Ya basta de verdades. Estas aquí ¿no? No tenías que contarme esa larga historia para decir que gané el juego.

Yasmín S. Portales
La Habana Vieja, Oct. 20-26/2002

 

lunes, 7 de mayo de 2007

CAMINO DEL TRABAJO

Hoy tuve una aventura ecológica casi llegando al trabajo.

Al cruzar la Avenida del Puerto hallé, en el separador, un pequeño murciélago moribundo. Me pregunto cuánto tiempo llevaría en el asfalto, respirando de modo entrecortado, con toneladas de ruidos y luz a su alrededor.

Saqué un nylon de la cartera, lo tomé y levanté un poco. Una baba sanguinolenta, supongo que un efecto de su aterrizaje forzoso sobre el asfalto, me puso al borde de las lágrimas. Pero tuvo fuerzas todavía para escapar de mis manos y volver a terreno sólido...

Entonces me decidí, volví a tomarlo dentro del sobre improvisado (no es asco, es que recuerdo muy bien que puede transmitirme la rabia o la leptospirosis) y crucé la calle, hacia los arbustos que están cerca del foso del Castillo de la Fuerza. Sé que no es el más saludable de los lugares, pero me imaginé que ahí tendría un ambiente menos agresivo, acaso hasta encontraría alimento y se recuperase.

Al tenerlo levemente retenido sentí los cortos y desesperados latidos de su corazoncito. En ese momento recordé a otro murciélago, allá en la Lenin, debajo de una escalera. Su ¿codo? se había atorado dentro de una almendra... -Situación casi surrealista digna de nuestra realidad, sin duda. El animalito aquel se retorcía en el piso, boca arriba, tratando de estirar su ¿"pata" o "brazo"? inútilmente. Los alumnos se deslizaban alrededor, pues su tamaño le impedía pasar desapercibido. Yo me detuve. Oír los gimoteos, que iban perdiendo fuerza, me frenaba la marcha. Alguien habló de ayuda, "Rabia...Leptospira" invocaron. Pero no pude seguir. Baje al patio y traje dos ramitas con las cuales hice palanca sobre el fruto medio podrido… Luego con escoba y recogedor llevé al bicho bajo el sótano. No se si sobrevivió, traté de no preguntármelo en esos días, y me parece que no lo recordé hasta hoy, con esa respiración trabajosa expandiendo también mis manos.

Era como poner la cabeza sobre el pecho de alguien que acaba de tener un orgasmo, el latido es muy intenso, tanto que la percepción se asordina y parece débil, agonizante. ¿Pequeña muerte llaman al amor? Sin duda sería pequeña y cruel esa muerte.

Detenida por el tráfico percibí sus intentos de arrastrarse fuera de lo que debía parecerle celda, "Tranquilo, ahora estarás en un sitio más parecido a casa" –ahí me acordé del cuento de Bradbury "La Avispa"… Pero yo no tengo auto, y sabes que no soporto a Bradbury por sus finales– Ya pisando la hierba húmeda me sentí tonta. ¿De qué sirve alejarlo del peligro de que un carro de los que parquea en la zona le atropelle si pronto morirá? ¿Morirá?

Me incliné junto a los arbustos y aflojé la mínima presión que le retenía. El animal empezó a reptar con energía entre las ramas del suelo. Primero dio una vuelta en redondo, luego enfiló hacia el interior de la sombría minifloresta. Supongo que usaba ese eco subsónico que le falló anoche, porque tras un par de tanteos parecía reconocer el terreno. Las uñas de sus dedos índices –diminutos puñales curvos color medianoche– se prendían de la tierra para que sus patitas traseras –apenas unos hilos con agujas en cada extremo– pudieran avanzar; a través de la fina piel del torso, apenas cubierta de pelusa, el movimiento lento y acompasado de sus hombros reveló alguna reserva de fuerza puesta en juego con este cambio de circunstancias inesperado. Esperé un poquito ahí, hasta que alcanzó la sombra. Acaso encuentre insectos u otra cosa de comer entre esas matas. ¿Verdad?

Al entrar en la oficina Nora escuchaba una canción de amor de Silvio Rodríguez y la acompañaba a voz en cuello. Pero yo… Lágrimas, de impotencia supongo. Le conté del bichito, de su boca ensangrentada, de los arbustos.

Nora me ha consolado un poquito, dice que el murciélago es una metáfora del mundo, que mi esfuerzo le da una oportunidad de vivir a él, de invertir esa energía que vi desplegarse en cuanto reconoció el medio propicio al que no podía llegar por sí mismo.

Abro el CD de la Biblioteca y leo:

"Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire./ El que agradece que en la tierra haya música./ El que descubre con placer una etimología./ Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez./ El ceramista que premedita un color y una forma./ El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada./ Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto./ El que acaricia a un animal dormido./ El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho./ El que agradece que en la tierra haya Stevenson./ El que prefiere que los otros tengan razón./ Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo ".

Pero no quiero sentirme un personaje de Borges, aunque sea el poema "Los Justos".

Ahora solo necesito consuelo.

viernes, 4 de mayo de 2007

CONVERSACIÓN TELEFÓNICA

Para Boris, por las ideas

– ¿Dígame?
– Hola N., ¿cómo estás?
– ¡Ah!, eres tú Y. Estoy bien, gracias.
– Oye, ¿B. está por ahí?
– Sí, ahora te lo pongo…
– Dígame Vicentina…
– Sabes que no me gusta eso, yo tengo nombre.
– Es que se me olvida…
– Sí, sí. ¡A lo que iba! ¿Crees que valdrá la pena que mande un cuento al concurso ese de la Gaceta?
– ¿Tú? Mira, yo no soy quien para cortarte las alas, pero me parece que…
– Que una desconocida no podría ganar.
– No, eso no. Pero tengo un amigo que fue jurado de un premio de esos… y tus cuentos no van por la onda de lo que se premia hoy en día.
– Pero podría ser un cuento medio… lésbico-grotesco.
– Entonces tienes el premio asegurado, ahora está de moda premiar cosas asquerosas y gays… Ay, como si no hubiésemos tenido maricones toda la vida… ¿Y por eso me llamaste?
– Básicamente. ¿Sabes?, estoy pensando en el inicio del cuento. Podría ser yo limpiando la caca de la perra por la mañana.
– Es un buen inicio.
– Sí, pero más que realismo sucio es ciencia–ficción… ¡Tal vez podría poner esta conversación!
– ¿En el cuento que vas a mandar al concurso hablas de que quieres ganar el concurso?
– Al negro ese… ¿Cómo es que se llama?... Es uno de los Alberto G.
–¿Guerra?
– Ese mismo, a él le funcionó con "Finca Vigía".
– ¿No te parece que el referente está muy cercano?
– Sería una onda postmoderna… intertextual por lo de Guerra, y autorreferencial, porque quiero comprarme unos zapatos nuevos con el Premio.
– Pero eso no va con tu estilo
– Es "El estilo del sin estilo", como decía ese personaje del "Yellow Submarine"… Hilary.
– ¿Hilary no es la mujer de Clinton?
– También. ¿Ellos habrán visto el "Submarino"…? Eso es algo que debería recoger en sus memorias la compañera Hilary… ¿no crees?
– Eso es algo que puedes poner en el cuento, sería "Oyendo un disco de los pequeños Beattles".
– Jugar a la intertextualidad con Sacha… Na', para eso le pongo "El cumpleaños del fósforo" o "Figuras en el trapo" y describo mi cocina sin agua corriente, ni luz eléctrica y así volvemos al realismo sucio. ¡Las figuras serían cucarachas, por supuesto!
– ¿Tú no tienes luz en la cocina?
– Se me fundió el bombillo, si me regalas uno…
– Cuando cobre.
– Por cierto… ¿A. se encuentra por los alrededores?
– ¡Acabáramos! Tú llamas para saber si están los cheques del derecho de autor.
– También llamo para hablar contigo chico.
– Pues ni el sol del guaniquiqui ¿sabes?
– Se me acaba de ocurrir otro detalle pa'l cuento, una onda kafkiana, los personajes no tienen nombres sino iniciales: N., B., A., Y…
– Me parece que te cogiste muy en serio el Post ese de mierda, que, después de todo, no es más que una impostura europea. De este lado del mundo seguimos construyendo la Modernidad, ¿para qué tanto Vanguardismo?
– ¿Vanguardismo reproducir una conversación telefónica que, además, voy a pagar yo? ¡Si eso es puro Naturalismo!
– ¿Y esta es nuestra conversación?
– ¡Claro que no B.! Esto es ficción, una fusión de varias conversaciones nuestras y reflexiones literarias mías, pero hay que darle conflicto a la narración.

"En realidad es viernes por la noche (11:28 marca el despertador digital) y yo apoyo la libreta en la cabeza de mi novio, que duerme sobre mis muslos. Mientras escribo, el brazo roza, a veces, mis pezones fríos, porque estoy sentado en la cama con un calzoncillo nada más."

– Ahora que ya sabes que somos ficción. Tú por ser mi visión de una persona real, infinitamente más compleja. Yo porque ningún escritor se confiesa totalmente en sus textos, y el que piense lo contrario es más bobo que el primo de Angulo…
– ¿El que…?
– Ese mismo. Ahora que te he tranquilizado con nuestra naturaleza irreal, ¿podemos volver a los conejos de España?
– Sí, claro. Nos quedamos en que tú ibas a pagar la llamada.
– Sí, porque yo te llamo desde mi casa para hablar contigo del cuento que quiero escribir para el concurso…
– Esto toma una estructura circular que va a marear al lector.
– ¿Y a quién le interesan los lectores? Yo escribo para sacar los demonios de mi cuerpo, ganar dinero y comunicarme. Eso es el orden de importancia exacto y allá los puristas que me salgan con la cantaleta de no comercializar el arte. Porque Shakespeare, hoy en día, habría escrito telenovelas.
– Déjame hablar o esto se vuelve un monólogo.
– ¿Tú no eres MI personaje?
– ¡Por eso mismo! No te creas que yo voy a estar como los policías de las películas americanas, que nada más aparecen para que sus uniformes azules contrasten con la sangre que los mafiosos y el Bueno han derramado. ¡Yo tengo dignidad ficcional!
– Si sigues así de insolente termino el cuento.
– ¡Pues termínalo chica! Me tienes cansado con tu indecisión. Esta historia es un experimento formalista sin la menor trascendencia y me niego a permanecer en ella.
– B., tú no eres Rusell Crowe, ni Leonardo Di Caprio.
– Pero puedo terminar este cuento.
– Ja, ja, ja. ¿Cómo?
– ¿Esto no es una conversación telefónica? Pues me despido y cuelgo.
– ¿Eh?
– Bueno Vicentina, te doy una canción como un disparo y take care por ti, porque de los good ones quedamos pocos. ¡Chao!

EL AMANECER

Dice un amigo mío que el amanecer allá en San Agustín es maravilloso, porque se siente a los pájaros, y el ruido de los motores de los autos es detenido por el follaje de sus frutales. El sol penetra poco a poco entre las ramas hacia la casa, de modo que hay penumbra; entonces él atraviesa el patio, hacia la calle, y la luz le descubre de repente el cielo. Todo muy "bucólico y pastoril" ¿no? Me muero de envidia por tener una casa con patio, frutales, agua corriente, etc., etc., etc. y etc.

Mi realidad es otra ¿sabes? Los amaneceres a lo largo de la Vía Blanca son una mierda. Me di cuenta hoy porque ayer, en el teléfono, mi amigo me contó de su amanecer, así que hoy yo me fijé en el mío. Ya te digo: una mierda.

La calle está oscura a eso de las 6:10, que es cuando salgo a luchar el camello. No, no se trata de que el sol todavía no se incorpora a su jornada laboral, sino de que más o menos la mitad el alumbrado público está fundido pa'l carajo, así que tú ves las siluetas de los autos, los camiones, las guaguas, la gente, ¡y gracias que ves siluetas! Poco a poco el cielo se despeja, pasa de morado desteñido a azul, y el azul se va aclarando: parece la camisa de un niño mataperros mal lavada con jabón de la bodega.

Aquí entra en juego Green Peace. Los alegres gases de nuestra pujante y moderna industria se amontonan en la parte baja del este cielo arrabalero, se logra un contraste de profundas resonancias cubistas entre el azul empercudido –del ya mencionado mataperros– y el gris verdoso de los gases, para que la salida del sol me recuerde la penumbra verdecita de San Agustín. El efecto es el de una luz poco intensa que se cuela por una ventana de cristales empolvados.

En ese momento mi percepción de la alborada se vuelve itinerante: el camello pasa entre 6:25 y 6:30. Ay de quien no lo agarre. En el estómago del monstruo los rayos del sol y de los bombillos de veinte watts se amalgaman, generan una irradiación amarilla que me prepara para la parada de la Virgen del Camino.

El resto es la aurora que se impone a los gases, bastante visibles hasta eso de las siete, cuando se confunden con el resto de las nubes. Me gustaría saber tu opinión al respecto, pero yo ya he sacado mis propias conclusiones: hay que permutar para San Agustín y comprar pu–pu, para que el amor por la ciudad sobreviva.

miércoles, 2 de mayo de 2007

SIGA UD. SEÑORA, POR FAVOR

Siga Ud. Señora, por favor.

Siga Ud. robándome el sueño y úselo de camino para estirar las piernas, como cuando, en las noches de luna y calor, decide salir a su terraza. ¡Qué mejor alfombra para sus pies desnudos y pequeños que el descanso que me corresponde! Es preferible que Ud., señora delgada y voluptuosa de los plenilunios, robe mi sueño y me obligue a observarla, admirarla y desearla. Sin que importen los cabezazos y planes de producción incumplidos a posteriori. ¿Cómo comparar la importancia de un mínimo portal de Internet desactualizado dentro de esa babel electrónica, sin tiempo ni geografía definida, con la brevedad de sus manos y la tersura de sus antebrazos, apoyados en la baranda. De tal forma que parece Ud. presta a saltar por encima de esa barrera en cualquier instante –lo cual no deja de inquietarme, lo confieso.

Por eso es que, durante las noches de luna llena, yo preparo café, cigarros, una butaca y la oscuridad imprescindible. Espero entonces que haga uso de ese tiempo de sueño que ya no tiene que robar, porque le pertenece. Ud. llega y mira siempre el mundo como si acabase de despertar a la vida y, tanto la ciudad como su cuerpo, fuesen geografías a explorar. La primera con sus ojos; la segunda con sus manos.

Bendigo a Dios por haberme resuelto esta permuta para un apartamento sin terraza, gas o lavadora, pero con una ventana de amplio antepecho donde poner la taza de café y la cajetilla de cigarros mientras llega la inspiración. Una ventana frente a su balcón de luna llena y exhibicionismo inocente.

Gracias a los lentos mapeos que igualaron sus costillas con las rectas calles del Vedado, sus senos con las colinas de la Plaza de la Revolución y la Universidad de La Habana, su cintura con el canal de la bahía, he recuperado el asombro ante la desnudez. No por la desnudez misma, sino por la ternura de tal desnudez. Sepa señora que el dulce olor de la Habana Vieja, laberinto oscuro y ensortijado de ese pubis, se me ha rebelado en la magia de sus dedos y que la loma de La Cabaña ya no alberga más castillo dieciochesco que sus rotundas nalgas.

¿Y debo decirle todo eso ahora? ¿Ahora que por fin me la encuentro a menos de un metro, metida en mi casa, vestida de negro, con la lamparita art deco de mamá casi en su morral? Me da exactamente lo mismo que sea Ud. representante de una potencia extranjera, vulgar atracadora o sofisticada traficante de arte.

¡Señora, Ud. vino a mi casa!

Solo pido un trato, podríamos decir que una salida poética a esta situación que amerita policías y reporteros, según el canon de Hollywood.

Puede Ud. llevarse, si es espía, mi diario, donde comento con soeces metáforas la política energética nacional y las aventuras privadas de ciertos personajes de pesados apellidos que me honran –o deshonran– con su amistad comprometedora.

Cargue sino los relojes que desde hace cinco cumpleaños manda puntualmente desde Suiza mi amigo el pianista. Con los trapos ingleses y los zapatos italianos. Desaparezca hasta el recuerdo de esos adornos acumulados por cuatro generaciones de sacarócratas y dos de dirigentes revolucionarios –que seguro se revuelven en las tumbas al saberme heredera universal con mi color y mis ideas. No olvide ¡por favor! Ese tan gris lienzo de Fidelio Ponce que no me animé a vender, ni los libros del sello Orígenes que adornan –literalmente– mi librero. Todo eso, incluso algunos dólares, podrá llevarse, después que me permita desnudarla lentamente, tenderla en mi cama, contemplarla unos minutos.

Es parte del trato, señora, que podré morder sus pezones, probar su saliva, apretar sus nalgas, lamer su ombligo, abrir una brecha por sus vellos y contemplar el enrojecimiento de su clítoris mientras lo acaricio. Una vez que tenga la certeza de que sus jugos vaginales son tan dulces como la piel de su cuello, le voy a voltear boca abajo para morder muy suave sus talones. Subir por la línea de sus piernas, detenerme un poco en la parte trasera de las rodillas y seguir muslos arriba hasta ese culo de gloria, será tanto más placentero cuando tendrá la sazón de sus gemidos. Planeo además construir un beso negro interminable que relaje suavemente su esfínter hasta que no solo mi lengua, sino también mis dedos, se introduzcan en su ano y conjuren la aparición de unos temblores musculares que casi la hagan desmayar. Para entonces declamará Ud. a Catulo, Safo, Shakespeare y Sor Juana Inés de la Cruz en sus lenguas originales, pero a voz en cuello, no en el susurro contenido que anuncia sus orgasmos balconeros.

Pero, señora, Ud. no repetirá su “Sol de oro alumbra una vez más” hasta que, yaciendo sobre la espalda nuevamente, yo con la cabeza en su entrepierna y las manos en sus senos, haga explotar su vagina en mi boca a base de mordiscos, lamidas y besos alternos, repartidos entre su clítoris, sus labios y su interior, hasta donde me llegue la lengua.

Cuando el fino sudor del orgasmo se haya evaporado de su piel podrá elegir entre saquear mi casa –y debo confesar que la desaparición de los objetos me aliviará los ojos y las nostalgias– o quedarse. Ya me ha tomado Ud. muchas noches de luna llena, menguante y creciente. Puede tomar los objetos de mi casa. Pero le invito a que me robe el cuerpo y el alma.

Son sólo tres variantes para que me siga Ud. robando, señora.

La Habana, otoño del 2000

GUARIDAS DE SOLITARIOS

Para Noa, con toda la sinceridad de un juego limpio

Los cuartos de esta beca no son bonitos.

Por las noches, cuando sólo entra la luz de la torre donde se suicidó un muchacho, los cuartos recobran la poca humanidad que el sol les niega.

Por la noche es evidente que son guaridas.

Una guarida durante la noche de junio: el calor y la luz amarilla penetran a través de los árboles. Yan y Nina hablan, sentados en la cama baja de una litera como si estuvieran solos en el universo.

Son las dos de la mañana y la justificación del estudio ha quedado atrás: ya han hablado de historia de la filosofía, del maníqueo materialismo dialéctico de algunos autores, de la poesía erótica de Wichy Nogueras, de su pasado y de sus sueños.

–¿Qué piensas tú que no pienso yo? ¿Qué pienso yo que no piensas tú? ¿Qué es lo que no pensamos ni tú ni yo?
Yan sonríe extrañado ante semejante acertijo.
–¿Esa es la influencia martiana en la juventud de hoy?
–Sí... contesta —la voz de ella es apremiante.
–Yo pienso que quiero seguir jugando. Tú piensas que es hora de irte. Ninguno de los dos piensa que el juego se pueda terminar.
–Conmigo te equivocaste.
–¿Y cuál es tu respuesta al acertijo?
–Yo pienso que tú actúas diferente. Tú piensas que quieres terminar el juego. Ni tú ni yo pretendemos saber cómo acabará.
Yan riposta enseguida.
–¿Diferente a qué?
–Aquel día, en la guagua, cuando nos conocimos, eras más fresco que hoy, en el sentido de… espontáneo.
–Es posible, aquel día jugaba al gato, hoy soy el ratón... Hoy me gustaría terminar el juego.
–¿Qué diferencia hay?
–Tengo la luna en la sangre, podría decir que tengo la líbido alta ¿Y tú? ¿Por qué juegas?
–Por curiosidad, me asombra que alguien quiera jugar al gato y el ratón conmigo. De hecho, hoy tardé bastante en darme cuenta. En cierto modo estoy en desventaja: yo conozco mis propios límites, pero no sé cuales serán los límites del otro.
–Yo ya no juego tan a menudo como antes, el jugar en exceso le deja a uno cierta sensación de vacío, pero tú eres una ratoncita muy especial.
–¿Por qué?
–A veces es difícil pasar de la belleza de aquí. Se señala los ojos – a la de aquí. Se señala la sien – Tú siempre pones la ratoncita, aunque seas la gata, y uno da ese paso.

Con un dedo acaricia la nariz y mejilla de Nina. De un gesto felino ella lo atrapa entre sus dientes y le mira retadora. Un rayo de luz entra directamente en su ojo. Baja un poco los párpados.

–Tu respiración está alterada, pequeño ¿Quieres que me vaya? –Ahora la mirada de ella es medio burlona.
–¿Por qué te irías?
–Te dije que juego por la emoción: es aburrido saber que mi novio duerme como un tronco a treinta kilómetros de aquí. Pero no traspasaré esos límites.
Pero él niega con la cabeza.
–¿Por qué será que la piel habla para desmentir a sus dueños? ¿Eh, pequeña?
–¿Y qué te dice mi piel?
–¿Quieres que te lo diga?
–Sí.
–¿Ahora?
–Sí.
–Que estás loca por ser cazada.
–Sí.
–¿Y entonces?
–Entonces nada. –Se pone seria por primera vez –Yo vine a repasarte filosofía. Lo sabes.

Él pone su mano izquierda tras la nuca de Nina e intenta acercarla a su rostro. Ella se pone rígida.

–Ya una vez te dije que habías llegado demasiado tarde a esta historia.

Ahora Yan se acerca, mientras le retiene la nuca. Nina gira el rostro violenta. Quedan medio incorporados y llenos de tensión.

La voz de Nina está llena ahora de dureza y reproche

–Creí que habías entendido que no pasaríamos del juego.
–Parece que no…–Improvisa una sonrisa triste en la penumbra –¿Cómo era la frase? “Yo le caigo bien a las madres de mis amigas, pero no a mis amigas”
Pero ella no lo escucha, recoge sus cuadernos torpemente.
–Buenas noches, Yan.

La luz fría de la escalera la ciega por un instante.

Su cuarto está por el otro lado del edificio, desde allí la torre donde se suicidó un muchacho no alcanza a iluminar. El sordo rumor del ventilador de techo invita al sueño, pero Nina no duerme, quisiera estar a treinta kilómetros de esas guaridas para animales solitarios.

La Habana, primavera del 2000