Una mujer con sombrero,
como un cuadro del viejo Chagall,
corrompiéndose al centro del miedo
y yo, que no soy bueno,
me puse a llorar
Silvio Rodríguez
–Mira que tú comes mierda.
Lo dijo así, muy bien articulado, como siempre dice las malas palabras. El resto de las palabras no, casi no mueve los labios, pero mierda es para él una palabra especial.
–No soy ninguna comemierda, digo que this is this, lo terminé.
Me mira, mira el cuadro, chupa el filtro de su cigarrillo, lo tira.
–Faltan cosas, tú sabes... hay espacios en blanco.
–Hay vacío –le aclaro. Me siento, tengo un cansancio repentino después del golpe de adrenalina que fue mostrarle el cuadro. –y el vacío es parte del cuadro.
–Mierda conceptualista no. Es suficiente mierda que te hayas puesto a pintar.
–A lo mejor, pero dio resultado.
–Sí, no nos morimos de hambre... Pero no puedes terminar el cuadro así, simplemente no está terminado.
–Van Gogh no terminó Los Girasoles.
–Tú tienes dos orejas, no compares...
Ahora está pensando, lo sé porque el rostro le cambia. Deja a un lado el personaje de crítico de arte. Sentado a mi lado vuelve a ser, simplemente, mi hermano.
–¿Tú estás vacía? ¿No puedes completar el cuadro?
–Eso es lo que yo quiero decir, que hay cosas que flotan en el vacío. No tiene nada que ver conmigo.
–No mires ese pedazo de tela. Mírame a mí
–Tu no eres crítico de arte ni un carajo, a ellos les encantará.
–¡Esos no te conocen!... Creí que lo habías superado.
–Yo no tengo nada que superar. –la voz me salió un poco brusca.
–En esa tela falta el odio, o el dolor, o el alivio que sientes. Es el primer cuadro de la temporada, si no puedes llenarlo vuelve a escribir; no vamos a poner basura en la galería.
–¿Vamos? Jamás pensé exponer esto, es mío.
Se levanta mientras busca un nuevo cigarro en el bolsillo, vuelve a mirar la tela, ha dejado de prestarme atención: es un recurso que tiene para dar aire definitivo a sus conclusiones.
–Si no lo terminas, si no eres capaz de lanzar los demonios que sé que hay dentro de ti, voy a quemar la tela, para que no me recuerde que planeaste convertirte en una hipócrita mediocre.
–Estás loco. –ordenar los pinceles me permite ocultar el temblor de las manos. Mi recurso es inverso al suyo: no prestarle atención; así la conversación no suena tan seria. –Acabarás contratando un exorcista.
–No solías ser autocomplaciente, no con las cosas serias. ¿Para qué plasmar una idea incompleta? Nunca te agradaron los críticos de arte: decías que se inventan un cambio de estilo de la nada, y que creen que Chagall y Picasso influyeron a toda la humanidad, incluso a los que jamás los vieron.
–Aún lo creo.
–Pero con esto. –dice "esto" en un tono tan venenoso –los vas a complacer. Sé que parece completo, pero que no lo está.
–La que puede decidir si el cuadro está acabado soy yo. –cubro la pieza con un paño. –y he decidido que acabé.
–Mira que eres comemierda.
–¡Ya dijiste eso! ¿No sabes cuánto me molesta la pobreza en el lenguaje?
–A mí me molesta la cobardía.
Va a tirar la puerta, le encanta tirar puertas detrás de si, por eso no tengo nada colgado cerca de ellas.
No, no me voy nada. Se lo voy a decir y bien. Se va a creer que porque tiene portadas en
La Gaceta puede olvidar y ahora es cuando no puede hacerlo. Tengo ganas de estrujarle su sombrerito, de restregarle la cara por el óleo aún fresco de este cuadro timorato, de golpearla por haber dejado de ser valiente.
–Fíjate bien: también era mi familia, también yo perdí. Nunca te reproché que tiraras tu carrera y empezaras a pintar. Admito que nos fue bien. ¡Porque pintabas la verdad! Ajusté muchas cuentas con el pasado en aquellas exposiciones. Quise creer que habías aprendido a vivir con el pasado a las espaldas, que volverías a reír con los ojos. ¡Pero me sales con esta mierda formalista! –todo suena un poco peliculero. ¡Qué difícil es hablar sin darse cuenta de lo inútil de las palabras! Ya no puedo evitar los gritos de rabia. –No se vale pintar las cosas a la mitad coño. Y por eso mismo voy a quemar esta tela si no pintas la verdad.
–¿Qué verdad? ¡No hay ninguna verdad más allá de esa! –está gritando, estruja el sombrerito como yo quise hacerlo. ¡Logré sacarla de sus casillas! –La maternidad es así, una idea flotando en el vacío, cuando uno sale a la realidad las puñeteras causas y azares le joden la vida.
–¿Te sientes culpable? Pinta tu culpa. ¿Crees que fue mi responsabilidad? Pinta tu rabia, pero pinta de veras.
–No fue culpa de nadie coño. Eso es lo que más me jode, que no fue culpa de nadie.
Está llorando. Los mocos se le mezclan con las lágrimas ¿Por qué moqueará la gente cuando llora aunque no tengan catarro? La pierna izquierda se le está doblando, se va a caer... ¡se cayó!
–No te acerques, sé pararme sola. –ahora se arrastra hasta la pared y usa la barra de ballet adosada para incorporarse. La blusa se entreabre en el esfuerzo y distingo sus senos... Solían ser cálidos.
–No voy a discutir más contigo. Hay gente que muere, hay cuadros que nunca se llenan de óleo.
–Tu no estás vacía.
–¡Cállate!
–Te he dicho miles de veces que intentes ser madre de nuevo, poner las hormonas en su lugar...
–Tu sí que haces buenos chistes.
–Conozco a varios dispuestos a mucho por ti. Hasta a darte un hijo sin hacer preguntas.
–No. Los hijos no se tienen con el aire. –sigue aferrada a la barra, aunque hace tiempo que logró poner la pierna derecha en equilibrio. Parece tan débil por unos instantes...
¿Para qué discuto todo esto? No hay argumentos para rebatir sus palabras: son verdades como templos. Tengo hambre.
–Tienes razón ¡quema la tela!
–¿Cómo?
–Que quemes el cuadro, no tiene sentido nada de lo que he dicho. Ganaste.
–¿Adónde vas?
–No voy a ahogarme en la bañadera, simplemente tengo hambre.
Yo no tiro puertas, de niña lo hacía, ya no. Ahora soy una mujer educada. Casi voy a cerrarla camino de la cocina, cuando me doy cuenta de la única respuesta posible:
–¿Sabes? Siempre quise tener hijos con un hombre muy especial. Creí que nunca hallaría alguien como yo soñaba, por eso me casé con uno no tan especial. De haber esperado un poco, habría conocido al hermano de mi novio siendo los tres solteros, y todo había sido distinto. Ahora hay demasiados muertos entre nosotros. El día que salí del hospital y me dijiste «hermana», ¡tú no te imaginas cuánto me dolió! Me arrancaste el último sueño que me quedaba, que me daba esperanzas para rehacerlo todo. Porque yo iba a rehacerlo todo, y esta vez de la manera correcta: con amor. Pero tú decidiste que yo era tu hermana, ¡¡qué la mujer de tu hermano muerto era tu hermana!! y ya. No tengo valor para preguntarte nada, nadie me va a arrebatar el hijo que tengo en mi corazón contigo, ni siquiera tú.
Respirar hondo, muy hondo, mamá decía que eso ayudaba.
–¿Quieres tortilla de cebolla para almorzar?